NO ENDUREZCÁIS VUESTRO CORAZÓN. PROFETAS DE DIOS
Vivimos con la esperanza de que Dios no nos ha abandonado nunca y que, constantemente, envía sus mensajeros invitándonos a que los escuchemos y pongamos en práctica lo que nos dicen. También a estos enviados por Dios, se les exige coherencia “y el profeta que tenga la arrogancia de decir en mi nombre lo que yo no le haya mandado, o hable en nombre de dioses extranjeros, ese profeta morirá” (Dt 18,15-20). Coherencia porque se presenta de parte de Dios y con el nombre de Dios no se juega como nos recuerda el mandamiento –“no tomarás (pronunciarás) el nombre de Dios es vano” (Dt 5,11)-, porque hermanas y hermanos, esto lo olvidamos fácilmente.
El profeta, persona totalmente libre (1Cor 7,32-35) que ni anuncia ni defiende intereses o ideas personales, no es el que predica y desvela el acontecimiento del futuro; es ante todo un intermediario entre Dios y los hombres, es el que trasmite fielmente la Palabra de Dios y se caracteriza por ser el facilitador del encuentro entre las personas, la verdad y la voluntad de Dios. El profeta, con frecuencia, denuncia y critica situaciones que no son evangélicas y anuncia lo que es bueno y lo que es la salvación de Dios.
Pero, como no eran suficientes estos enviados de Dios, nos envía a su propio Hijo, Jesús, que nos explica la Palabra de Dios enseñando con autoridad, con coherencia; lo que dice, lo hace y “hasta los espíritus inmundos les manda y le obedecen” (Mc 1,21-28). Es libre, y su acción es liberadora porque va contra lo inhumano, contra los poderes y espíritus que marginan y oprimen a la persona; aunque se salte los preceptos judaicos, la ley del sábado; aunque le cueste la misma vida. Pero es que quien asume, como Jesús, ser liberador, también recibirá el mismo trato que él. Jesús libera y sana, enseña con autoridad, no como los letrados. Esto es nuevo, una buena noticia, y causa asombro en el pueblo. Para Jesús el acceso a Dios privilegia el compromiso con el hermano y marginado. Para los letrados, el acceso a Dios privilegia las exigencias rituales de la pureza.
Quizás, en este momento, nos venga bien repetir hasta la saciedad las palabras del salmista: “Ojalá escuchéis hoy su voz: no endurezcáis vuestro corazón” (Sal. 94). La voz del Señor que nos habla desde cualquier situación o rincón del mundo: África, Latinoamérica, Sur de Europa, hambrientos, violencia contra las mujeres, inmigrantes, refugiados sidosos, drogadictos, prostitutas, soledad, falta de cariño, exclusión, discapacitados, sin hogar, gitanos, enfermos de cáncer, ancianos, etc.
La voz que nos habla y nos pide que no endurezcamos el corazón, que seamos capaces de dar respuesta y salir de nuestra sordera impuesta o querida por cualquier tipo de intereses o comodidades.
Ojalá saquemos a flote todos los “rostros de la solidaridad” y sepamos mirar y ver, escuchar y oír frente a la claudicación de los sentidos que reina a nuestro alrededor. Ojalá el potencial del coraje cívico nos lleve al valor de la gratuidad frente al pragmatismo reinante; y la rebeldía de la razón y la beligerancia de la Palabra centren nuestras acciones. Ojalá hablemos, en nuestras parroquias, en nuestras iglesias, con la misericordia de Dios y no con las amenazas y castigos.
Y, por encima de todo, la esperanza (ojalá) que nos lleva a desarrollar el potencial de la empatía para ayudar y ser ayudado dejándonos “afectar” y enseñar por los acontecimientos que vivimos y por las personas con quienes tratamos, sean quienes sean y se encuentren en la situación en que se encuentren. Esto supondrá, en alguna ocasión, saltarse leyes, acercarse a quienes nadie se acerca, poner al ser humano en el centro, no buscar quedar bien, compartir los carismas, etc. En definitiva, aceptar los retos y exigencias de nuestro bautismo.
José Mª Tortosa Alarcón. Presbítero en la Diócesis de Guadix-Baza
PREGUNTAS:
- ¿Existen los profetas? ¿Cómo distinguir los verdaderos de los falsos?
- Signos y gestos: Buscar un momento de oración y hablar a Dios de lo que somos y queremos, de nuestros sentimientos y anhelos, de nuestras esperanzas y proyectos.
- Dar gracias y bendecir a Dios por la fuerza salvadora que habita entre nosotros.