EN LA MISIÓN NUNCA ESTAMOS SOLOS
“Ellos contaban lo que les había ocurrido cuando iban de camino y cómo lo había reconocido al partir el pan” (Lc 24,35-48). Así empieza el Evangelio que hoy leemos, como una segunda parte de otro texto anterior en donde Jesús se aparece a los discípulos camino de Emaús. Y siempre el mismo mensaje “la paz esté con vosotros”, y una misma misión, “vosotros sois testigos de estas cosas”; también, la dificultad de reconocer a Jesús resucitado, el Señor, -“creían ver un fantasma”-. Pero Jesús les abre la inteligencia “para que comprendieran las Escrituras”. Jesús aprovecha estos encuentros para aclarar a sus discípulos el sentido de su misión corta y fulgurante. Y, por supuesto, que no falta el compartir la mesa y la comida, signo de fraternidad y de tener cosas en común.
Todos estos elementos, más la donación del Espíritu que les da fuerza y valentía para ser testigos de la buena nueva, son elementos constitutivos de la resurrección de Jesús como algo vivo entre nosotros. Es algo vivo que nos empuja a guardar sus mandamientos (1Jn 2,1-5) dando primacía al amor; un amor que se va concretando en el día a día; un amor que hace opciones y prioridades; un amor que busca siempre la dignidad del ser humano se encuentre en la situación en que se encuentre; un amor que da y recibe perdón; un amor que da seguridad, “tú sólo, Señor, me haces vivir tranquilo” (Salmo 4); un amor que pasa por el sufrimiento y la muerte, y no por el triunfo y el poder humano.
Un texto anónimo dice que “es dura la misión: hablar de Dios, defender a los pobres y oprimidos, estar con los que pierden, las víctimas, decir no a los poderosos y violentos”; y podemos añadir, luchar por la paz, dar vida, compartir, perdonar, etc. Pero el Señor no nos deja a la intemperie y cumple su palabra de estar con nosotros hasta el final de los días mediante la fuerza de su Espíritu.
Son ya tres los domingos de Resurrección que estamos viviendo y la Palabra de Dios nos va llevando, pedagógicamente, para que entendamos y vivamos profundamente estos momentos. Nos va invitando a revivir en nosotros la misma experiencia que vivieron los testigos inmediatos de su Resurrección; nos va proponiendo vivencias, experiencias con las que identificarnos para ir comprendiendo y adaptando este acontecimiento central –la Resurrección- a nuestros días y a la gente con la que tratamos. En definitiva, como esos primeros discípulos, nosotros vamos viviendo, poco a poco, la presencia de Jesús resucitado entre nosotros y, cada Eucaristía celebrada, va exigiendo que tomemos opciones y no permanezcamos indiferentes ante lo que ocurre a nuestro alrededor. Así las cosas, la Eucaristía se nos presenta como esa fuente de la que vamos bebiendo y tomando fuerza para ir concretando nuestras acciones en la situación personal y social en que cada uno de nosotros nos encontremos. No podemos vivir la Eucaristía al margen de la vida, ni puede ser un refugio para tranquilizar nuestra conciencia, ni podemos vivirla como un precepto, como una obligación, sino más bien como una necesidad básica para alimentar nuestra fe semana tras semana.
Igual que los discípulos, a nosotros se nos van abriendo los ojos y vamos reconociendo al Señor al partir el pan, al compartir misión y acción. Yendo de camino nos vamos encontrando con el Señor. Por eso, no permanecemos ajenos a los problemas que nos rodean, a las gentes que solicitan nuestra presencia y ayuda, a la situación mundial que deja al margen a aquellas personas que no tienen lo necesario para vivir con dignidad y tienen que salir de su tierra. También presentamos al Dios que se hizo humanidad en la persona de Jesús y nunca, nunca, permaneció indiferente ante el sufrimiento humano, sino que su vida y su palabra son para nosotros fuente de vida y acción.
José Mª Tortosa Alarcón. Presbítero en la Diócesis de Guadix-Baza
PREGUNTAS:
- ¿Dónde y cómo reconoces tú los signos de la presencia de Jesús en tu vida y en los acontecimientos de cada día?
- ¿Cómo traduce hoy la Iglesia, y nosotros, la misión reconciliadora que nace de la Pascua?
- ¿Sientes la presencia del Espíritu en tu vida? ¿De qué modo te anima a seguir adelante?