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Décimo octavo domingo del tiempo ordinario. Ciclo B

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EL PAN DE DIOS DA LA VIDA AL MUNDO

El domingo pasado interrumpíamos la lectura del evangelio según san Marcos, propio del tiempo litúrgico B que estamos siguiendo este año, para iniciarnos en la lectura y reflexión del capítulo 6 del evangelio según san Juan. Este paréntesis que hacemos al evangelio según san Marcos, nos anima a reflexionar sobre Jesús en la Eucaristía que san Juan nos narra a partir de la multiplicación de los panes con un largo discurso eucarístico. A partir del domingo XXII del Tiempo Ordinario, en el mes de septiembre, volveremos a retomar las lecturas del evangelio de san Marcos.

Así, con san Juan, conoceremos a Cristo, pan vivo que nos alimenta con su palabra y con su cuerpo y sangre; entraremos a ahondar en nuestra vida eucarística que es el centro de nuestra vida como cristianos, porque el Señor nos congrega como hermanos a celebrar un banquete, una fiesta donde todos están invitados a participar con libertad, con confianza para dar gracias al Señor por todo lo que durante la semana recibimos de Él. Nos encontramos con otras personas que también han hecho la opción de seguir al Señor y quieren ser cada día mejores en todas las facetas de sus vidas. Tarea nada fácil, pero no imposible, pues nos acompaña el Espíritu del Señor todos los días de nuestra vida hasta que lleguemos al conocimiento de la verdad plena. La eucaristía, bajo la figura del banquete, es comunión con Jesús hecho carne, con su persona, su palabra y su obra. De aquí la importancia de participar en ella con pleno corazón y entendimiento porque nos jugamos mucho en ello dado que es la expresión de nuestra fe, el escaparate que ofrecemos a otras personas para animarlas también a creer y a participar desde lo más profundo del corazón sin quedarnos en lo superfluo y anecdótico.

Al igual que el pueblo de Israel en el desierto recibió el pan de cada día (Éx 16,2-4.12.15) para saciar su hambre, nosotros también recibimos el cuerpo de Cristo en cada Eucaristía para no tener más hambre: “Yo soy el pan de vida. El que viene a mí no tendrá hambre, y el que cree en mí no tendrá sed jamás” (Jn 6,24-35). Un pan que nos ayuda a revestirnos de la “nueva condición humana creada a imagen de Dios: justicia y santidad verdaderas” (Ef 4,17.20-24).

La fe en Jesús, creer en Él es el alimento que Dios quiere, es el alimento que llena la vida de sentido y sabor. Para poder saborearlo hace falta tener hambre y querer saciarse. Pero me parece que estamos demasiado saturados de “alimentos” de todo tipo que impiden comer otras cosas con más calidad. Nos hemos acostumbrado a la comida rápida y de dudosa calidad, dejando de apreciar otro tipo de alimentos y el esfuerzo que supone preparar un buen alimento. Estamos inmersos en la rutina y en lo cómodo; nos cuesta salir de esa situación, por eso la Palabra de Dios casi se nos atraganta y nos aburre, porque no sabemos ni queremos saborearla con toda profundidad y calma; buscamos cualquier excusa para ello y nos quedamos tan tranquilos, como si no fuera con nosotros pero, por otra parte, hay mucho vacío y mucha intranquilidad en nosotros y a nuestro alrededor sin saber qué hacer ante ello y sin dar muchas respuestas. Nos conformamos con ir tirando y aguantar por tradición, por rutina o por el miedo al qué dirán, aún sabiendo que eso no es lo mejor.

Con las cosas así, difícil tenemos descubrir el verdadero pan del cielo que es capaz de calmar toda hambre y poder decir “Señor, danos siempre de ese pan”, danos una vida con plenitud de sentido.

 

José Mª Tortosa Alarcón. Presbítero en la Diócesis de Guadix-Baza

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