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Vigésimo segundo Domingo del Tiempo Ordinario. Ciclo B

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ECOLOGÍA DEL CORAZÓN PARA ESTAR CERCA DE DIOS

¿Hay alguna nación tan grande que tenga los dioses tan cerca como lo está el Señor Dios de nosotros siempre que lo invocamos?” (Dt 4,1-2.6-8). Este interrogante que plantea Moisés a su pueblo y que refuerza con otra pregunta sobre los justos mandatos que prescribe, resuenan con fuerza en nuestros oídos y nos hacen pensar. Nos invitan a descubrir que Dios está cercano a nosotros y se preocupa de nuestra felicidad. Ahora bien, por nuestra parte, nos corresponde cumplir y vivir esa cercanía y mandatos que Dios prescribe para mantenernos en el amor a Dios. Preceptos que se concretan en el proceder honradamente y practicar la justicia; no hacer mal al prójimo ni difamar al vecino; o visitar huérfanos y viudas en sus tribulaciones (Salmo 14). Todo un programa de vida que busca respetar la dignidad humana para poder estar cerca de Dios, mucho más que la palabrería vacía que se critica en el Evangelio de hoy con palabras del profeta Isaías (Is 29,13): “Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí. El culto que me dan está vacío”. De aquí surge una invitación a limpiar, a mantener en buen estado nuestro interior para poder estar cerca de Dios. Podríamos llamar a este programa de vida “Ecología del corazón” porque exige quitar de nuestro lado aquello que “contamina” nuestra vida y aquello que contamina nuestra fe. Hay que revisar muchas tradiciones, leyes y manifestaciones de religiosidad popular en las que no esté clara la defensa de la vida, la dignidad y los derechos humanos por parte de todos aquellos que participan y dicen tener mucha fe y devoción.

Los fariseos y maestros de la ley de la época de Jesús incorporaban a la sencilla ley de Dios, muchos preceptos y normas por tradición, queriéndoles atribuir origen divino, con lo que ocultaban el verdadero rostro de Dios caricaturizado por aferrarse a la tradición de los hombres; además han convertido la ley en instrumento de opresión de la libertad humana. Ya los profetas habían denunciado, muchas veces, el mal uso de la religión que, más bien, tranquilizaba la conciencia, pero no llevaba a un amor a Dios y eran incapaces de amar al prójimo: rezar mucho, mientras se practicaba la injusticia; reducción de toda la religión a ceremonias, a gestos exteriores vacíos de amor.

Jesús, no podía aceptar el hecho de que la religión, los preceptos religiosos, fueran motivo de que las personas vivieran con temor y apartadas de Dios, por lo que él ofrece una nueva imagen de Dios y viene a declarar que los derechos de los hombres y mujeres que Dios ama hay que respetarlos al máximo y por encima de todo, lo que le llevó a prescindir de algunos preceptos de la ley judía, sabiendo con ello, que se jugaba la vida. Pero merecía la pena dar la vida por la dignidad de las personas antes que por otras cosas. Quizás, también nosotros podamos saltarnos ciertos preceptos de la ley que esclavicen o excluyan a muchos de la vida social o religiosa y ser más auténticos en nuestras expresiones y manifestaciones de fe. “Escuchadme todos y entended esto: Nada que entra de fuera puede manchar al hombre; lo que sale de dentro es lo que mancha al hombre” (Mc 7,1-8.14-15.21-23).

Aquí estamos tocando algo central en la vivencia de nuestra fe y que algunos han dado en llamar “el fariseo que todos llevamos dentro” (J. Mª Castillo), es decir, la tendencia que podemos tener a caer en una piedad externa, por muy vistosa que sea, y no enfrentarnos a la necesidad de conversión profunda, que es vivir siguiendo a Jesús en todas sus opciones y acciones, desde la voluntad del Padre que quiere que “todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad; desde la entrega desinteresada a favor de todos los que sufren, aunque nos contaminen y “huelan mal” (pobres, sin techo, sidosos, ancianos, adictos, refugiados…).

José Mª Tortosa Alarcón. Presbítero en la Diócesis de Guadix-Baza

PREGUNTAS: (Reflexionar y actuar)