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Cuaderno de vida: "Los pobres, instrumento de la transformación de Dios"

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Los pobres, instrumentos de la transformación de Dios

 

He citado a María a charlar un rato en la parroquia. Hace un par de meses pasó por los servicios de Cáritas. Quiero conocerla y saber cómo la va.

 

Llega al despacho con una sonrisa amplia, a pesar del duro momento que atraviesa. Es una chica que ronda los treinta y con color tostado. Viene de Brasil, en donde ha dejado tres hijos al cuidado de sus padres. Ha hecho varios cursos de servicio doméstico, también de castellano, y aún así no encuentra trabajo. A esto hay que añadir que a su pareja también lo han despedido: “Un día le dio un ataque de epilepsia mientras trabajaba. Le dijeron que no volviera más, que no se responsabilizaban de lo que pudiera pasar si se le repetía”. Y ahora está también en la calle, tirado y en paro. Y la hipoteca aprieta. No saben cómo saldrán adelante.

 

La conversación avanza. Me comenta que ella es bastante más mayor que su pareja. “Le encontré en Madrid hace más de un año. Entonces estaba perdido en el mundo de las drogas. Poco a poco le fui sacando del barro. Empezó a ser hombre. En su casa, toda la familia está asombrada del cambio que ha dado. Ha dejado atrás un oscuro mundo de relaciones. Ahora tiene buenos amigos y ha recuperado la alegría. Su familia está muy contenta y no saben cómo agradecérmelo. A pesar de ser extranjera, me quieren como a una hija más”.

 

 

Pienso para mí, ¡qué razón tenía San Pablo cuando explicaba a los cristianos de Corinto que Dios ha elegido lo débil, lo plebeyo, lo que no cuenta para confundir a los sabios y derribar a los fuertes! Ciertamente Dios sigue eligiendo lo débil y pequeño para que se vea que esa fuerza transformadora que nos pone en pie no viene de los hombres sino de Él.

 

 

 

Los leprosos agradecidos de hoy

Celebramos este viernes pasado la Fiesta de Navidad de Cáritas de Gamonal. La sala se llena de los llamados “usuarios” de Cáritas. Hay un grupo de mujeres con velo, otras son “morenas” y se puede adivinar que vienen de América Latina, también hay algunos gitanos, no faltan rumanos y también algún que otro africano. Destaca un puñado grande de pakistaníes. Son gente joven. Están arreglados y bien presentados. “Hacen piña”. Han traído cámaras de grabar y están muy atentos a la fiesta.

 

Todos los que participan de ella están en los servicios de Cáritas, bien porque son voluntarios o bien porque son “usuarios”. Día tras días, los voluntarios van dando lo mejor que tienen a este “mapamundi” en pequeño. Les dan clase de castellano, les enseñan algo de cocina, les instruyen sobre habilidades sociales y personales… y sobretodo les dan calor humano. Les reciben y acogen como hermanos que son.

 

Pues bien, en la Fiesta algo se ha salido del guión y no estaba previsto. El grupo de jóvenes de Pakistan ha salido al escenario y han interrumpido la fiesta. “Queremos aprovechar esta ocasión para dar las gracias a nuestras profesoras. Ellas están pendientes de nosotros todos los días. Tenemos hoy un pequeño regalo para ellas. Este es nuestro obsequio en señal de agradecimiento”. Enseguida ha roto la sala en un sonoro aplauso. Y las voluntarias – profesoras, emocionadas, han salido a recoger los regalos.

 

 

Los pobres, cuando lo son de verdad, saben dar y agradecer. En las relaciones con los pobres, es más lo que se recibe que lo que se aporta. Esta dinámica de reciprocidad es la que nos hermana y rompe fronteras. ¿No es aquello del leproso que, curado, se vuelve a dar gracias a Jesús?

 

 

 

Signos de resurrección

Es una pareja joven del barrio. Acaban de tener su primer hijo. Están contentos. Pero lo primero que me cuentan es su agobio y desazón.

 

El caso es que los dos estudiaron ingeniería. Les gustaba y pensaban que esto les realizaría como personas. Comenzaron a trabajar en una importante compañía auxiliar del automóvil.

 

Al principio bien. Pero cuando ha venido el hijo, que encima ha coincidido con la dichosa crisis, las cosas se han complicado. Él tiene que viajar al extranjero todas las semanas. Y ella tiene que compaginar trabajo profesional y doméstico, completamente sola.

 

“Esto no es vida. Él se está perdiendo los años más bonitos de su hijo. Y yo me encuentro estresada y sin poder compartir el día a día. ¿De qué nos sirve ganar más, si nos estamos distanciando los unos de los otros? La empresa nos va comiendo completamente, hasta nuestra vida personal y familiar. ¡Hay que ponerle fin a esta situación!”

 

Darse cuenta de esta esclavitud encubierta, es un signo de resurrección. Las nuevas cadenas con las que se atrapa al mundo obrero se llaman flexibilidad, movilidad y productividad. Te dan vuelos internacionales y hoteles de lujo, a cambio de sacrificar tus relaciones con los que quieres.

 

Tomar la decisión de ponerle fin a esta deshumanización, es un signo de resurrección. A fin de cuentas, la vida es lo más importante y eso es lo que celebramos y peleamos los cristianos en Pascua.

 

 

 

Evangelio en estado puro

Hace un año, un puñado de madres se organizó desde una preocupación común: los niños. “En este barrio hay muchos niños: ¡qué bueno sería que aprendieran a jugar juntos y a hacer amigos!”

 

Y se ofrecieron para habilitar un espacio de encuentro educativo en la parroquia del barrio. La cosa comenzó en familia. Pero los chicos se lo pasaban en grande y se lo contaban a sus compañeros en el cole. Y, ¡claro!, la familia creció.

 

Domingo a domingo los niños ensancharon su red de amigos, reforzaron la escucha y el trabajo en equipo, aumentaron su sensibilidad por la naturaleza, los hambrientos, la paz… y encontraron en la parroquia un hogar abierto donde se les llamaba por su nombre y se les repartía abrazos.

 

Al comenzar el curso, la afluencia de niños se ha disparado y todo se ha masificado. Las mamás convocan una reunión de urgencia para los padres. Coincide con un importante evento deportivo. Pero el interés por los niños vence y los padres acuden. Se explica la situación y la necesidad urgente de implicación mayor por parte de los padres. Enseguida se levantan manos y los padres se ofrecen, sabiendo que andan ocupados y tendrán que aparcar otras cosas.

 

¿No es esto Evangelio en estado puro?: Acoger y apostar por los pequeños, sacrificarse y donarse a otros, hacer familia y comunidad, crecer en protagonismo y responsabilidad, ser una señal de gratuidad y universalidad.