III Domingo Pascua - B. Año 2021

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Estudio de Evangelio. Enrique Martín Puerta, diócesis de Granada

 

Lc 24, 35-48

 

Se presentó Jesús en medio de sus discípulos y les dijo: Paz a vosotros.

Jesús irrumpe en medio de los discípulos de forma inesperada, sorprendente, mientras ellos están hablando. Jesús entra en mi vida cuando menos me lo espero.
 
Llenos de miedo por la sorpresa creían ver un fantasma. Él les dijo: ¿Por qué os alarmáis? ¿Por qué surgen dudas en vuestro interior? Mirad mis manos y mis pies, soy yo en persona. Palpadme y daos cuenta de que un fantasma no tiene carne y huesos, como veis que yo tengo.
 
Jesús se presenta con su cuerpo. Un cuerpo glorioso que conserva las marcas de la cruz en sus manos y en sus pies. Pero pueden tocarlo porque tiene carne y huesos. No es un fantasma, no es un espíritu sino un hombre completo con su cuerpo resucitado.
 
Le ofrecieron un trozo de pez asado. Él lo tomó y comió delante de ellos.
 
El Resucitado ha vuelto a la vida y puede también comer con sus discípulos.
 
Todo lo escrito en la ley de Moisés y en los profetas y salmos acerca de mí tenía que cumplirse.
 
Jesús es el Mesías que había sido anunciado en toda la escritura. En él se ha cumplido todo lo que estaba escrito.
 
Así estaba escrito: El Mesías padecerá, resucitará de entre los muertos al tercer día, y en su nombre se predicará  la conversión y el perdón de los pecados a todos los pueblos, comenzando por Jerusalén.
 
En la escritura se anunciaba todo lo que había sucedido: la pasión, la muerte y la resurrección de Jesús. Y también la tarea que tienen los discípulos por delante: anunciar la conversión y el perdón de los pecados a todos los pueblos.
 
Contemplando el mundo en que vivimos veo cómo sigue estando dañado por el pecado y el desconocimiento de Dios. Recuerdo el dolor del P. Chevrier al considerar que los hombres siguen pecando y siguen condenándose.
 
Pero en medio de esta oscuridad irrumpe la luz de Cristo Resucitado. Él ha entregado su vida para obtener el perdón de los pecados, para liberarnos de la esclavitud en la que nos hemos sometido por ignorar a Dios. En él se ha cumplido todo lo que había sido anunciado en las Escrituras.
 
La resurrección de Jesús lo ha devuelto a la vida con un cuerpo glorioso. Tiene aun las marcas de la crucifixión pero ahora son el signo de su amor y su entrega total.
 
Con su muerte y resurrección nos ha librado del pecado y del poder de la muerte. El mal ha sido derrotado. El mundo necesita descubrir esta luz y alcanzar esta esperanza. Los pobres necesitan conocer esta buena noticia y esta llamada a la conversión.
 
Me alegra saber que muchos hermanos sienten la alegría de este encuentro con el Señor resucitado y son testigos con su cercanía a los pobres y olvidados de la Buena Nueva del evangelio.
 
Siento que yo también me veo desanimado porque las cosas no responden a mis expectativas. El Señor muestra sus llagas, la cruz le ha dejado esas marcas en su cuerpo, pero están llenas de vida y de gloria. Son los signos de su amor al Padre y a los hombres a los que ha sido enviado. Quiero ver también así mis dudas y desánimos, como las llagas que quedan en mi cuerpo cuando me entrego al bien de mis hermanos. Así puedo sentir que de todo lo que vivo, aunque sea mi propia debilidad, Dios es capaz de sacar algo bueno.
 
Señor Jesucristo, tú me has elegido y me has querido convertir en testigo de tu resurrección en medio de este mundo. Yo también tengo sentimientos confusos de miedo y dudas y de alegría y agradecimiento por todo lo que he recibido. Así, débil y pobre soy testigo de tu amor por la humanidad. En todo momento tengo la certeza de que estás vivo y no me dejas solo en esta batalla.