“Te pido, oh Verbo hecho carne, que me concedas la entrega y el celo por las almas que te ha llevado a descender de lo alto del cielo y a aceptar por nuestra salvación humillaciones, sufrimientos y muerte. Y tú, Espíritu de amor y de fuerza, pon en mí esas bellas virtudes de humildad y de pureza que has puesto en María y que han elevado a María a la dignidad de Madre de Dios, de manera que mi corazón se convierta en un tabernáculo más santo, más digno de aquel a quien tengo la dicha de recibir en la santa Eucaristía” (A. Chevrier, CDA 182).