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Domingo 2º Cuaresma A_2023

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Estudio de Evangelio. Julián Fernández-Chinchilla Contreras

 

5 de marzo de 2023. Mateo 17, 1-9

 
La introducción de este pasaje, “seis días más tarde”, lo pone en relación con el anterior, en el que después de la confesión de Pedro en Cesarea: “Tú eres el Mesías, el Hijo del Dios vivo” (Mt 16, 16), se produce su escándalo cuando Jesús “comenzó a manifestar a sus discípulos que tenía que ir a Jerusalén y padecer mucho por parte de los ancianos, sumos sacerdotes y escribas, y que tenía que ser ejecutado y resucitar al tercer día” (Mt 16, 21). Jesús ha comenzado a anunciar claramente su destino doloroso y el camino de la cruz, que él sigue y pone como condición para todo el que quiera seguirle. Pedro ha mostrado su incomprensión y rechazo a este camino del Siervo, “porque piensa como los hombres, no como Dios” (Mt 16, 23).
 
Ante esta situación “Jesús tomó consigo a Pedro, a Santiago y a su hermano Juan”. Aunque había dado una respuesta muy dura a Pedro, “aléjate de mí, Satanás”, ahora lo toma consigo junto a Santiago y Juan. Lo que hace Jesús ante las dificultades de sus discípulos para comprender la forma en que va a realizar la misión que el Padre le ha encomendado es tomar la iniciativa para acercarlos más a sí mismo, para estar con ellos a solas. “Y subió con ellos aparte a un monte alto”. Apartarse y subir, Jesús les hace tomar distancia de los demás y sube con ellos, en un esfuerzo físico que simboliza la ascesis interior para superar las faltas de fe y las resistencias para seguir el mismo camino que él sigue.
 
“Se transfiguró delante de ellos”. Jesús les concede a los discípulos la gracia de ver su gloria, la belleza de la presencia de Dios que no se puede expresar con palabras humanas. Les desvela la luz que es él mismo, el Hijo de Dios encarnado: “el Verbo era la luz verdadera, que alumbra a todo hombre, viniendo al mundo” (Jn 1, 9). Y Moisés y Elías, que en el monte Sinaí habían hablado con Dios, en este monte conversan con Jesús, porque ahora él es la imagen personal del Dios invisible (Col 1, 15).
 
“Una nube luminosa los cubrió y una voz desde la nube decía: Este es mi Hijo, el amado, en quien me complazco. Escuchadlo”. El Padre mismo da testimonio de quien es verdaderamente Jesús, su Hijo amado, en quien se complace porque “…entrega su vida para poder recuperarla… pues ese mandato ha recibido de su Padre” (Jn 10, 17-18). Y por eso manda a los discípulos que lo escuchen, que se fíen de él, que aprendan de él, que le sigan por donde él va.
 
“Los discípulos cayeron llenos de espanto. Jesús se acercó y. tocándolos, les dijo: Levantaos, no temáis”. Jesús sana a sus discípulos del miedo que les paraliza y postra, no les deja ni les dejará nunca solos. Y la meta hacia la que se dirige, y quiere que ellos también compartan, no termina en el sufrimiento y la muerte, sino en la resurrección, de la que la transfiguración ha sido un anuncio, como una primicia.
 
“¡Oh Verbo! ¡Oh Cristo! ¡Qué bello y qué grande eres! Haz, oh Cristo, que yo te conozca y te ame.
Tú, que eres la luz, manda un rayo de esa divina luz sobre mi pobre alma, para que yo pueda verte y comprenderte.
¡Oh Cristo! ¡Oh Verbo! Mi Señor y mi único Maestro! Habla, que quiero escucharte y poner en práctica tu palabra. Quiero escuchar tu divina palabra, que sé que viene del cielo. Quiero escucharla, meditarla, practicarla, porque en tu palabra está la vida, la alegría, la paz y la felicidad.” (Antonio Chevrier)