Josep María Romaguera Bach. Diócesis de Barcelona
Este domingo el Evangelio nos presenta el final del debate que hemos seguido durante estos últimos domingos. Muchos se echaron atrás y no volvieron a ir con él, nos dice san Juan. Pedro representa a los verdaderos discípulos: personas que dialogan con Jesús –le hablan y lo escuchan–, mirándolo cara a cara, que lo quieren conocer para seguirle de cerca.
Pauta para el Estudio de Evangelio personal o compartido en grupo
1-2-3. Estos tres pasos como en estudios anteriores
4. Anoto lo que descubro de JESÚS y de los demás personajes, la BUENA NOTICIA que escucho... Viendo, en esta página, que unos y otros se definen ante Jesús, siguiéndolo o abandonándolo, me planteo mi seguimiento de Jesús: ¿Soy consciente de lo que supone?
5. Desde el evangelio, vuelvo a mirar la vida, los HECHOS vividos, las PERSONAS de mi alrededor... ¿Qué testimonios he encontrado ahí de verdaderos discípulos de Jesús, seguidores de su persona?
6. Llamadas que me hace –que nos hace– el Padre hoy a través de este Evangelio y compromiso(s)
7. Oración. Diálogo con Jesús dando gracias, pidiendo...
Notas por si hacen falta
Terminamos la lectura del capítulo 6 de san Juan
Hoy terminamos este paso por el Evangelio de Juan en este año en el que seguimos a Marcos. Puede ser bueno comenzar leyendo el capítulo 6 entero.
Notas para fijarnos en Jesús y el Evangelio
* Hasta ahora los interlocutores de Jesús eran los judíos (Jn 6,41.52). Ahora, después de la polémica con ellos, son “los discípulos”, quienes hasta ahora lo seguían (60.61.66), los que ponen en cuestión las palabras de Jesús.
- Así pues, vemos que el debate no es una tertulia cualquiera, sino que en él se juega el seguimiento de Jesús. Un seguimiento que supone la aceptación del hijo de José, de aquel de quien conocemos a su padre y a su madre (v.42), como Hijo de Dios, pan bajado del cielo (v.41). Los judíos se resistían, no podían creer que el Hijo de Dios se hubiese hecho hombre, ni creer que por la muerte y resurrección de Jesús se obtiene la vida (vv.51-58). Ahora se nos dice que también los discípulos se resisten a creerlo: “el modo de hablar es duro” (60), dicen refiriéndose a las palabras anteriores de Jesús.
- La misma experiencia que Jn expresa aquí, los evangelios sinópticos la expresan al comienzo de la Pasión: Entonces los discípulos le abandonaron todos y huyeron (Mt 26,56; Mc 14,50).
- Por lo tanto, ante Jesús todo el mundo se define. Pero no hablando de él en tertulias, a ver quien más sabe. Que el reconocimiento “es duro” (60) significa que lo han entendido pero que no quieren escucharlo. Lo que define a una persona, entonces, es la opción de vida una vez se ha conocido a Jesús: o bien se le sigue –es decir, se vive como Él, se hace lo que Él hace y se llega con Él a la cruz– o bien se le abandona –viviendo según otros criterios que pretenden esquivar la cruz, que no tienen la entrega por amor como norma–.
- “Ver (=creer) al Hijo del hombre subir a donde estaba antes” (62) se corresponde con la bajada de la que se ha hablado a lo largo del capítulo. Sólo la fe puede “ver” en la persona de Jesús al que ha bajado del Padre y el que sube al Padre habiendo pasado por la muerte (Jn 20,17).
- La fe no es posible sin “el Espíritu” (63). Jesús, que se había identificado como el que da la vida (Jn 5,21), identifica “sus palabras” con el don del “Espíritu” (63), el que hace nacer de nuevo (Jn 3,5-8). Sus palabras dan vida. Es lo que dirá Simón Pedro más adelante: “Tú tienes palabras de vida eterna” (68).
- Poniendo a “la carne” en oposición al “espíritu” (63), se indica no un desprecio de la corporalidad (recordemos que la palabra “carne” indica la condición humana en su precariedad, la que asume el Hijo de Dios), sino el papel del Espíritu de Dios, que da la capacidad de creer.
- Más adelante Jn, por la misma razón, pondrá en contraste el juicio según la carne, según la apariencia, con el juicio justo, el que se hace con los criterios de Dios: No juzguéis según la apariencia. Juzgad con juicio justo (Jn 7,24); Vosotros juzgáis según la carne; yo no juzgo a nadie (Jn 8,15).
- Por lo tanto, cerrados en los propios razonamientos, cerrados en los propios criterios, no podremos creer en Jesús; es el Espíritu el que permite creer en Jesús como pan bajado del cielo (Jn 6,50). Del mismo modo, haciendo la lectura del texto en clave sacramental –la clave de quienes celebramos la Eucaristía–, sólo por el Espíritu podemos creer que en la recepción del pan eucarístico estamos recibiendo a Cristo y, con Él, la vida nueva y eterna.
- El v. 64 constata la libertad humana ante Dios que se hace hombre: hay quien no cree. Los “muchos discípulos suyos” que “se echaron atrás y no volvieron a ir con él” (66) anticipan, además, la traición de uno de los Doce (Jn 6,71). El v. 66 será el definitivo para constatar el abandono. Creer es “ir con él”, ser seguidor.
- Y el v. 65, como antes el v. 44, nos recuerda que esto de la fe es iniciativa del Padre. En Jn 6,44 se hablaba de atracción; aquí se remarca el don. Pero ni allá ni aquí no se supone ningún determinismo: lo que se dice es que la fe no nos la inventamos nosotros, sino que la recibimos. La recibimos si la queremos, ya que es un don para todo el mundo.
- El capítulo termina con el diálogo con Simón Pedro. Es un auténtico diálogo: de tu a tu. Antes, quienes Jesús tenía ante si no se le dirigían, sino que murmuraban entre ellos (vv. 41.61). Ahora Jesús es directo: “vosotros” (67); y ellos, por boca de Simón Pedro, también: “Tú” (68).
- Éste que vemos entre Jesús y Pedro es el diálogo de la fe. Pedro representa a los verdaderos discípulos de Jesús: personas que dialogan con Jesús –le hablan y lo escuchan–, mirándolo cara a cara, que lo quieren conocer para seguirle de cerca.
- Los “Doce” hacen su opción (68), como los demás han hecho la contraria (66). Los “Doce” se arriesgan, dan confianza a las “palabras” de Jesús, portadoras de “vida eterna”.
- “El Santo consagrado por Dios” (69). Si se hace eco del salmo 16[15], tal como lo cita el libro de los Hechos de los Apóstoles (Ac 2,27), se puede decir, por el contexto, que es para expresar una gran intimidad, la que el discípulo reconoce entre Jesucristo y el Padre y que él mismo vive con Jesucristo.