Josep María Romaguera Bach. Diócesis de Barcelona
Pauta para el Estudio de Evangelio personal o compartido en grupo
1. Oración para pedir el don de comprender el Evangelio y poder conocer y amar a Jesucristo y, de este modo, poder seguirle mejor y darlo a conocer
2. Anoto algunos hechos vividos esta última semana
3. Leo/leemos el texto. Después contemplo y subrayo
4. Anoto lo que descubro de JESÚS y de los demás personajes, la BUENA NOTICIA que escucho... Viendo a Jesús que lee la realidad más dura con ojos de fe, me pregunto qué medios tengo al alcance para hacer lectura creyente de la realidad, de la vida, de lo que hay en las personas. ¿Cómo aporto a los demás esta visión que Jesús tiene de la historia?
5. Desde el evangelio, vuelvo a mirar la vida, los HECHOS vividos, las PERSONAS de mi alrededor... ¿Qué hechos hay que pidan una mirada serena y profunda para no caer en la desesperanza? ¿Qué personas tengo alrededor que miren la realidad con los mismos ojos de Jesús y que, por lo tanto, me dan testimonio de Él?
6. Llamadas que me hace –que nos hace– el Padre hoy a través de este Evangelio y compromiso(s)
7. Oración. Diálogo con Jesús dando gracias, pidiendo...
- Tenemos en las manos un texto de lo que se llama literatura apocalíptica. Utiliza símbolos y visiones que quizás nos sorprenden e, incluso, nos disuaden de su lectura. O al revés, hay quien se apega a este tipo de textos, de los que hace lecturas literales lamentables.
- La intención de los escritores que usan este género literario es la de fortalecer la esperanza del pueblo en tiempo de crisis. No anuncian destrucción, sino que describen la que existe.
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La comunidad de Marcos estaba perseguida. Aquí se le dice que, a pesar de ello, “verán venir al Hijo del hombre [...] con gran poder” (26).
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Dios tiene un proyecto. Jesucristo nos lo da a conocer. Y este proyecto se realizará en la historia de cada uno y en la de la humanidad: el Reino.
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Este proyecto de Dios es la “reunión” (27) de toda la humanidad con Dios. No el fin y la destrucción del mundo (24-25).
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En la vida cotidiana, en la vida de nuestro mundo, a menudo vivimos experiencias que nos pueden hacer pensar que vamos hacia la destrucción. Es la misma experiencia que vivió Jesús. Pero Él estaba convencido de que Dios interviene a favor de la humanidad, y a nosotros nos ha hecho el don de esta misma fe. Nos ha dado el Espíritu, para que tengamos fuerza y valentía en el conflicto. Y capacidad de ser fieles al Amor de Aquel que siempre es fiel, fieles al proyecto del Reino a pesar de todas las adversidades.
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Jesús no promete a la comunidad perseguida que se le tenga que solucionar el conflicto, o que ya no les torturarán más, o que no matarán a ninguno más de ellos. Lo que anuncia es que los miembros de la comunidad serán testigos de que la última palabra es siempre de Dios (31), como lo fue la primera, la palabra creadora (Gn 1; Jn 1,1).
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Las catástrofes y persecuciones no presagian la victoria del mal. Jesús nos invita (31) a convertirlas en una oportunidad para convertirnos y pasar del miedo –experiencia humana natural– a la confianza de que el Espíritu actúa. Ocasión de ser fieles al Amor. Así podemos tener una visión positiva de la historia, como lugar de la acción amorosa de Dios, como lugar donde nosotros podemos amar.
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“Aprended de la higuera” (28): necesitamos una actitud de vigilancia. Se trata de descubrir en el fondo de cada persona y de cada acontecimiento que el Reino está presente y crece (Mc 4,26-29). La lectura creyente de la realidad no se queda nunca en la superficie. Si no vamos a fondo siempre tenemos la posibilidad de ser infieles, de tomar otros caminos y no el de Jesús. Él tomó el camino del Reino, que tiene la cumbre en la cruz y en la resurrección (estas palabras, san Marcos las sitúa en las puertas de la pasión).
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El presente es el tiempo de la acción responsable, comprometida en la liberación. En la muerte y resurrección de Jesucristo tenemos la certeza del amor de Dios, la certeza de que el Reino “está cerca, a la puerta” (28-29). El tiempo que nos toca vivir es el tiempo de la esperanza y del servicio.
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Ante el catastrofismo y el pesimismo, los cristianos somos invitados a hacer una lectura lúcida de los signos de los tiempos: la realidad lleva la semilla del futuro, un futuro que está en las manos de Dios, el Padre (32). La higuera, símbolo del Pueblo de Dios, se convierte en símbolo del presente ‒que es como es‒ y del futuro ‒que vendrá con la fuerza del Espíritu‒.