Josep María Romaguera Bach. Diócesis de Barcelona
Celebramos este domingo la fiesta de la Inmaculada Concepción de María, que este año ocupa el lugar del segundo domingo de Adviento. En María vemos lo que Dios quiere hacer con cada uno de sus hijos e hijas, y que realiza a través de Jesucristo: liberarnos del pecado y de la muerte, de toda injusticia. La fiesta de la Inmaculada Concepción es, entonces, una fiesta dedicada a la gracia de Dios, a la iniciativa de Dios que quiere salvar a toda la humanidad, atrapada en el pecado y la muerte.
Pauta para el Estudio de Evangelio personal o compartido en grupo
1. Oración para pedir el don de comprender el Evangelio y poder conocer y amar a Jesucristo y, de este modo, poder seguirle mejor y darlo a conocer
2. Anoto algunos hechos vividos esta última semana
3. Leo/leemos el texto. Después contemplo y subrayo
4. Anoto lo que descubro de JESÚS y de los demás personajes, la BUENA NOTICIA que escucho...En lo que he vivido estos días, en las personas que he tenido cerca, ¿Dónde he descubierto que Dios derrama su “gracia” para salvar a todo el mundo?
5. Desde el evangelio, vuelvo a mirar la vida, los HECHOS vividos, las PERSONAS de mi alrededor...En estos hechos y personas, ¿Qué respuestas positivas a esta “gracia de Dios” he descubierto?
6. Llamadas que me hace –que nos hace– el Padre hoy a través de este Evangelio y compromiso(s)
7. Oración. Diálogo con Jesús dando gracias, pidiendo...
Notas por si hacen falta
Notas sobre esta fiesta
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La fiesta que celebramos se refiere a la concepción y nacimiento de María, no a la concepción y nacimiento de Jesús, como podría hacer pensar el texto que leemos. Sin embargo, en la Iglesia todo es leído (o debería leerse) a la Luz de Aquel que es la Luz, Jesucristo, el Señor. No podríamos hablar de María como hablamos si no fuese a la Luz de su Hijo.
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Una Luz que nos hace ver en ella (María) una hija amada de Dios. Amada, llamada y enviada a una misión. Lo mismo que podemos ver en cada uno de nosotros (como expresa bellamente el salmo 139[138],13-17).
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Dios, que ama, llama y envía, da los medios para la misión. Es lo que ha hecho con María: cuando decimos que la ha liberado del pecado estamos diciendo que Dios la ha preparado para la misión encomendada.
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Pero además en María vemos lo que Dios quiere hacer con cada uno de sus hijos e hijas, y que realiza a través de Jesucristo: liberarnos del pecado y de la muerte, de toda injusticia. Es, entonces, una fiesta dedicada a la gracia de Dios (28), a la iniciativa de Dios que quiere salvar a toda la humanidad, atrapada en el pecado y la muerte (1ª lectura de hoy, Gn 3,9-15.20).
Notas para fijarnos en Jesús y el Evangelio
Según la costumbre judía, había un espacio de un año aproximadamente entre el momento en el que se hacía el acuerdo matrimonial (27) y el día en qué se celebraba la boda y los esposos iniciaban la convivencia.
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José era de la casa de “David” (27). Mateo lo llama hijo de David (Mt 1,20).
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La fórmula de saludo que usa el ángel, “alégrate” (28), era habitual en la época. En el contexto, este saludo presenta a María como la que ha sido elegida por Dios.
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El nombre de “Jesús” (31) significa «el Señor salva». En Mt 1,21 se explica con las palabras del ángel que se aparece a José: [Maria] dará a luz un hijo, y tú le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de los pecados. Así pues, el nombre mismo de Jesús indica su misión: él viene a traer a la humanidad la salvación de Dios. Por eso se puede decir que es el Salvador (Lc 2,11).
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“No conozco a varón”, a veces traducido como ‘soy virgen’ (34), es una expresión típicamente bíblica. Aquí significa que María no ha tenido relaciones sexuales con ningún hombre. Y si el texto lo señala es con la finalidad de proclamar, desde el primer momento del Evangelio, el origen divino de Jesús (32.35).
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Sobre “el Espíritu Santo” (35), tengamos en cuenta que ya participa al principio de la acción creadora de Dios (Gn 1,2). En Jesucristo, Dios hace nueva toda la Creación.
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La expresión “te cubrirá con su sombra” (35) también nos conecta con las Escrituras: recuerda la nube que cubría el tabernáculo mientras el pueblo de Israel caminaba por el desierto (Ex 40,34-35; Nm 9,15) y que era un signo de la presencia de Dios.
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La expresión “Hijo de Dios” (35) en Lucas aparece en una voz del cielo, en el bautismo (3,22) y la transfiguración (9,35); también en boca del diablo y de los demonios, que reconocen a Jesús como Hijo de Dios (4,3.9.41; 8,28); y Jesús mismo lo usa a petición de los dirigentes judíos (22,70).
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La expresión “para Dios nada hay imposible” (37) nos lleva a releer el texto de Gn 18,14, donde encontramos la concepción de Isaac, extraordinaria también como la de Jesús.