Josep María Romaguera i Bach. Diócesis de Barcelona
Podemos contemplar hoy que la palabra de Jesús incide poderosamente en la vida concreta de los que la han escuchado con confianza; y transforma estas vidas, provoca cambios en ellos. “Simón”, que ya conoce a Jesús (Lc 4,38), siente ahora la llamada a actuar. Se trata de una acción que no tenía prevista. Esta llamada la recibe cuando se unen en su vida dos cosas: la realidad que está viviendo: “no hemos cogido nada”, y la palabra de Jesús recibida como palabra de Dios: “por tu palabra”.
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El pasado domingo la fiesta de la Presentación del Señor impidió que contemplásemos la escena en la que Lucas relata la expulsión de Jesús de la sinagoga de Nazaret (Lc 4,21-30). Hoy estamos en el comienzo del capítulo 5.
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El Leccionario omite Lc 4,31-44, en donde se encuentra a Jesús: en otra sinagoga, la de Cafarnaún, donde los sábados enseñaba (Lc 4,31). Allí cura a un hombre poseído (Lc 4,33-36). Y por la enseñanza y esta curación la gente estaba admirada ... porque hablaba con autoridad (Lc 4,32) y su fama se extendía por toda la región (Lc 4,37). A continuación, el evangelista nos narra aquella estancia en casa de Simón, donde cura a su suegra y a mucha gente (Lc 4,38-41). Y, finalmente: la escapada de Jesús a un lugar solitario de madrugada; con el nuevo día, la gente que lo busca y la manifestación de su misión de enviado; y el resumen de su actividad de predicador por las sinagogas (Lc 4,42-44).
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De este fragmento del capítulo 4 omitido por el leccionario se puede destacar:
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que los demonios reconocen a Jesús como Santo de Dios (Lc 4,34) y como Hijo de Dios (Lc 4,41);
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que Jesús y Simón ya se conocen (Lc 4,38);
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y que Cafarnaún es población fronteriza, en la orilla de un “lago” (1) que es un auténtico mar que, según como se mire, separa o une a las naciones de sus riberas; Cafarnaún, por lo tanto, es lugar de paso donde se juntan judíos y extranjeros, soldados y pescadores; en definitiva, gente de poco fiar para los judíos religiosamente estrictos.
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Esta escena de la pesca extraordinaria tiene muchas semejanzas con el relato de la aparición de Jesús resucitado a sus discípulos que encontramos en Jn 21,1-11. Nos damos cuenta de que estamos ante una re-lectura cristiana de la vida de Jesús a la luz de la fe en el Resucitado. De hecho, todos los evangelios son re-lecturas desde la fe y desde la realidad que está viviendo la comunidad cristiana a la que pertenece el evangelista.
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Jesús convoca a “la gente” (1). Su fama se había extendido (Lc 4,37). Y en Él podían “oír la palabra de Dios” (1). Que la palabra de Jesús es Palabra de Dios es la experiencia de todas las personas que hemos creído a lo largo de todas las generaciones. Lc habla de ello otras veces (Lc 8,11.21; 11,28).
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Jesús lleva a cabo su predicación en el lugar donde la gente vive y trabaja (2-3), no sólo en la sinagoga. Que enseña queda especialmente acentuado con la expresión “sentado” (3), que significa que es Maestro y que habla con autoridad. Jesús es la Palabra que habitó entre nosotros (Jn 1,14).
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La palabra de Jesús incide poderosamente en la vida concreta de los que la han escuchado con confianza; y transforma estas vidas, provoca cambios en ellos. “Simón”, que ya conoce a Jesús (Lc 4,38), siente ahora la llamada a actuar. Se trata de una acción que no tenía prevista (4). Esta llamada la recibe cuando se unen en su vida dos cosas: la realidad que está viviendo: “no hemos cogido nada” (5), y la palabra de Jesús recibida como palabra de Dios (1): “por tu palabra” (5).
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El resultado de la acción es sorprendente, va más allá de lo que se podía prever (6).
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Llegar hasta el final en aquello que Jesús ha iniciado es cosa de la comunidad, “la otra barca” (7), no cosa de unos cuantos.
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La acción acaba con el reconocimiento de que Jesús es el “Señor” (8). Con el título de “Señor” se quiere expresar la condición divina de Jesús, que se manifiesta en todo su ministerio (Ac 1,21), en la resurrección (Lc 24,3.34) y en el retorno glorioso al final de los tiempos para el juicio (Lc 13,23.25).
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En la acción realizada, y reconociendo en ella al Señor, Simón descubre una nueva llamada (10). Jesús no deja de hacer nuevas llamadas y ofrece su acompañamiento: “no temas” (10).
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Cada llamada supone una transformación, un cambio en la vida, que pasa por seguir a Jesús de cerca: “dejándolo todo, lo siguieron” (11); Ya lo ves, nosotros hemos dejado nuestras cosas y te hemos seguido (Lc 18,28).
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La misión de los apóstoles, enviados a “pescar hombres” (10), es la de comunicar su experiencia de encuentro personal con Jesús. Esta misión sólo es posible después de haber experimentado el poder de Jesús y la propia debilidad: “soy un pecador” (8). Es la experiencia de las negaciones (Lc 22,54ss). La misión, entonces, se fundamenta no en las cualidades –ni, en absoluto, en los méritos– sino en la Palabra de Jesús. Y parte de su iniciativa gratuita. Es la grandeza y la fragilidad de la Iglesia.