Josep María Romaguera i Bach. Diócesis de Barcelona
El Evangelio propio de la misa de este domingo es la Pasión de Nuestro Señor Jesucristo según san Lucas (22,14-23,56). La leemos de manera contemplativa.
Pauta para el Estudio de Evangelio personal o compartido en grupo
1. Oración para pedir el don de comprender el Evangelio y poder conocer y amar a Jesucristo y, de este modo, poder seguirle mejor y darlo a conocer
2. Anoto algunos hechos vividos esta última semana
3. Leo/leemos el texto. Después contemplo y subrayo
4. Ahora anoto lo que descubro de JESÚS: sus palabras y sus silencios, sus actitudes y sus convicciones profundas. Me fijo también en cada uno de los demás personajes, como se sitúan ante Jesús. Y en la BUENA NOTICIA que escucho...
5. Desde el evangelio, vuelvo a mirar la vida, los HECHOS vividos, las PERSONAS de mi alrededor. Me detengo a contemplar los sufrimientos (pasiones) que viven algunas personas de mi entorno. Me pregunto cómo la pasión de Cristo ilumina esta realidad.
6. Llamadas que me hace –que nos hace– el Padre hoy a través de este Evangelio y compromiso(s)
7. Oración. Diálogo con Jesús dando gracias, pidiendo...
Notas por si hacen falta
Notas para animar al “Estudio de Evangelio” con la Pasión
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Estamos ante una gran oportunidad para hacer una lectura tranquila y contemplativa de la Pasión del Señor. Justo en el día en qué conmemoramos que Jesús entró en Jerusalén para su Pascua, nosotros nos preparamos para entrar en nuestra Jerusalén “celebrada”: la Semana Santa – Pascua.
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Una contemplación que nos ayudará, también, a vivir nuestra “Jerusalén” del compromiso cotidiano porque nos habremos acercado un poco más a Jesucristo.
Notas para fijarnos en Jesús y el Evangelio
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La cena pascual judía (22,16), memorial de la liberación de Egipto, para Jesús prefigura el banquete mesiánico en el cual participarán todos los que habrán recibido la libertad definitiva. El banquete es imagen del Reino de Dios (13,29).
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De ahora en adelante los discípulos harán presente y actual la pascua de Jesús recordando y realizando la misma acción que Jesús ha hecho (22,19), como la cena pascual judía recordaba y hacía presente la salida de Egipto (Dt 16,3).
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La “alianza” que Dios hace con la humanidad en la pascua de Jesús es “nueva” (22,20). El profeta Jeremías (Jr 31,31-34) había anunciado que el Señor hará una nueva alianza, después que el pueblo de Israel no ha sabido mantenerse fiel a la alianza del Sinaí.
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La experiencia de la traición (22,21) es, desgraciadamente, común. La encarnación del Hijo de Dios pasa también por aquí. En los Salmos encontramos esta experiencia pasando por la oración: Sl 41[40],10.
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El sentido de las palabras de Jesús en 22,22 hay que entenderlo bien. No se trata de que Dios quiera su muerte ‘fijada por adelantado’. El designio de Dios, que ama sin límites, es que el Hijo viva amando, entregándose sin límites, dando vida. Es esto lo que prevén las Escrituras.
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La discusión sobre quien es el más importante (22,24ss) ya la teníamos en el capítulo noveno (9,46). En aquella ocasión Jesús toma la imagen del niño para responder a esta inquietud.
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“Ser como el menor” (22,26) es ocupar el último lugar, que era la situación de los más jóvenes en la sociedad de aquel tiempo.
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“Estoy como el que sirve” (22,27): Mateo y Marcos ponen en sus labios como el Hijo del hombre, que no ha venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida como rescate por todos (Mt 20,25-28; Mc 10,42-45). Juan lo expresa de otro modo, en el mismo contexto de Lucas (Jn 13,1ss).
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“Mis pruebas” (22,28) son las pruebas que Jesús ha tenido que sufrir de parte de sus adversarios. Lucas ofrecía un preludio de las mismas en las tentaciones (4,13) que Jesús ha vencido “perseverando” en su camino.
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“Transmitir el reino” (22,29.30) equivale a tener parte en el Reino de Dios (12,32). Jesús promete a los apóstoles que participarán de su misma condición real. Es lo que nos da el bautismo.
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En las tentaciones de Jesús, al inicio de Lucas, leemos que el diablo se alejó de él hasta el tiempo oportuno (4,13). Ahora Jesús lo recuerda a Pedro, haciendo evidente que todo el equipo de los apóstoles participa de la misma experiencia de Jesús.
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Que Jesús ora (32) es una noticia especialmente repetida en Lc: 5,16; 6,12; 9,18.28; 10,21; 11,1; 22,32.39-46; 23,34.46. Su oración lo sostiene en su camino y sostiene a sus compañeros.
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En 22,36 Jesús anuncia el comienzo de una nueva etapa, marcada por las persecuciones y las dificultades. Llevar una bolsa con dinero y una alforja con comida puede ser imprescindible ante la falta de ayuda. La imagen de venderse el manto para comprar una espada indica la disponibilidad absoluta para dar, si es preciso, la propia vida.
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Lo que le tiene que suceder a Jesús, según los profetas (Is 53,12), es anunciado como experiencia comunitaria, que vivirán también los discípulos (22,37).
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Sobre las “espadas” (22,38): Jesús no invita a tomar las armas, sino a prepararse para las dificultades que pronto van a llegar.
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Jesús invita a orar para “no caer en la tentación” (22,40) pensando no sólo en la prueba que él mismo tiene que pasar sino en la que tienen que pasar los discípulos, amenazados de caer en el poder del Maligno.
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El cáliz (22,42) alude a la muerte de Jesús.
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El ángel que aparece (22,43) recuerda a 1Re 19,4-8, donde el profeta Elías es confortado por un ángel.
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El beso (22,47) es un gesto de saludo y de respeto. Y, como tal, siempre se ha podido manipular, destruyendo el sentido que tiene: 2Sa 20,9-10.
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“Ésta es vuestra hora: la del poder de las tinieblas” (22,53) nos pone en contacto una vez más con el anuncio hecho al inicio de la obra (4,13). Por un momento parece que Satanás gane el combate.
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El llanto de Pedro (22,62) acontece aquí, después de la mirada de Jesús, en presencia del cual tienen lugar sus negaciones. El llanto puede ser una respuesta de arrepentimiento (véase v. 32). Es interesante ponerlo en relación con la escena de Lc 7,38.
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En la muerte y resurrección de Jesús ha llegado la hora (22,69) del Reino.
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El v. 2 del capítulo 23 presenta las acusaciones contra Jesús: es acusado de ser un falso maestro que desencamina al pueblo judío con sus doctrinas, de ir contra los tributos del César y de proclamarse Mesías y, por lo tanto, de alta traición al César, el emperador de Roma. De hecho, la condena será por este motivo (23,38).
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El silencio ante las falsas acusaciones nos recuerda al Siervo de Yahvé: Is 53,7 e Is 42,1-4.
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La crucifixión que piden para Jesús (23,21), era el tormento más cruel que aplicaban los romanos a algunos condenados a muerte. Era un castigo infamante, que las leyes romanas sólo permitían aplicar a quienes no eran ciudadanos romanos.
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Simón de Cirene (23,26), que lleva la cruz detrás de Jesús, se convierte en una imagen visible del discípulo (9,23; 14,27).
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Jesús anuncia la destrucción de Jerusalén (23,29), centro y símbolo del judaísmo. Antes lo habíamos encontrado en 19,41-44; 21,20-24.
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Jesús es contado entre los malhechores (23,33; 22,37; Is 53,12). Esta es la imagen de lo que significa estar a la derecha y a la izquierda de Jesús en el Reino de Dios: es Dios quien escoge, y escoge a los rechazados de este mundo.
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El hecho de que “el velo del templo se rasgó por medio” (23,45) es el signo del final del culto antiguo: con la muerte y resurrección de Jesús comienza la nueva alianza. También puede simbolizar la ruptura de las barreras que impedían el acceso de los paganos al templo; en este caso, indicaría que la muerte de Jesús trae la salvación a todo el mundo, sin distinciones.
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Justo antes de morir, Jesús ora (23,46) con el Salmo 31[30],6.
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El centurión (23,47), un extranjero, reconoce la inocencia de Jesús. Otros evangelistas (Mc 15,39) ponen en su boca la confesión de fe explícita.
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“La muchedumbre” (23,48) “se volvía”. Ahora da muestras de arrepentimiento después de haber consentido en la muerte de Jesús. Comienza otro camino: hasta ahora han seguido a un líder que les ha decepcionado. Ahora podrán descubrir quien es realmente Jesús y podrán re-hacer el camino (24,13-35).