Josep María Romaguera i Bach. Diócesis de Barcelona
Pauta para el Estudio de Evangelio personal o compartido en grupo
1. Oración para pedir el don de comprender el Evangelio y poder conocer y amar a Jesucristo y, de este modo, poder seguirle mejor y darlo a conocer
2. Anoto algunos hechos vividos esta última semana
3. Leo/leemos el texto. Después contemplo y subrayo
4. Anoto lo que descubro de JESÚS y de los demás personajes, la BUENA NOTICIA que escucho...La imagen del “camino”, tan destacada en Lucas, es sugerente para imaginarnos la propia vida en seguimiento de Jesús. Podemos preguntarnos si, como Jesús, nuestra vida es un anuncio viviente del Evangelio a las personas que vamos encontrando.
5. Desde el evangelio, vuelvo a mirar la vida, los HECHOS vividos, las PERSONAS de mi alrededor... Teniendo en cuenta a las personas que nos rodean en el día a día, podemos preguntarnos, nosotros que hemos acogido la salvación de Dios, si nuestra vida, personal y comunitariamente, se abre a todo el mundo o si, al contrario, tenemos tics sectarios.
6. Llamadas que me hace –que nos hace– el Padre hoy a través de este Evangelio y compromiso(s)
7. Oración. Diálogo con Jesús dando gracias, pidiendo...
Notas por si hacen falta
Notas para seguir el hilo del Evangelio
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El pasado domingo encontrábamos una página (Lc 12,49-57) que, aislada del conjunto, era mal recibida. Había frases como ésta: He venido a prender fuego en el mundo, ¡y ojalá estuviera ya ardiendo! (Lc 12,49). ¡Caramba! ¡Un pacifista muy especial, este Jesús!
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Entre aquel texto y el de hoy hay unos versículos que la liturgia se salta, desde el final del capítulo 12 hasta 13,21, que será bueno leer. Entre otras cosas encontraremos algunas parábolas interesantes. Y una invitación a no buscar culpables sino, en cualquier caso, las causas (Lc 13,1-5). Parece que la teoría de la Revisión de Vida –que nunca ‘juzga’ a las personas, sino los hechos, y que busca siempre las causas para descubrir qué es lo que hay que transformar– está bien encaminada. ¡Ojalá la supiésemos practicar bien!
Notas para fijarnos en Jesús y el Evangelio
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El comienzo de este texto (22) nos re-ubica en lo que comenzó en el capítulo 9 (Lc 9,51): el “camino hacia Jerusalén” (22). Un “camino” en el que Jesús encuentra de todo, camino cargado de vida: “recorría… enseñando” (22).
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La pregunta (23) que le hacen a Jesús plantea, aparentemente, una cuestión seria, una cuestión religiosa típica: quién se salva. Pero la respuesta de Jesús (24-30), que manifiesta un contexto polémico, nos indica que quizás no se trata de la pregunta por el sentido de la vida. Más bien que quizás se trata de una preocupación sectaria. Es decir, sería la pregunta de un grupo que pretende ser de los perfectos, de los puros. Y a estos les gusta sentir que son los buenos comparándose con los que, según ellos, no lo son.
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La respuesta de Jesús puede ser una manifestación más de las discusiones que tuvo con los representantes religiosos de su pueblo, los que no aceptaron el ofrecimiento salvador de Dios. Pero cuando lo leían los primeros cristianos, para quienes escribía Lucas, o cuando ahora lo leemos nosotros/as, se dirige también a la Iglesia, no sea que después de haber acogido esta salvación universal, no actuásemos en consecuencia y nos cerrásemos.
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La petición “Señor, ábrenos”, y la respuesta “no sé quienes sois” (25), nos recuerda dos otras enseñanzas de Jesús que encontramos en el evangelio según Mateo: Mt 7,21-27 y Mt 25,1-13. En los tres lugares se insiste en el nunca os he conocido (Mt 7,23), o no os conozco (Mt 25,12), o “no sé quienes sois” (27). Y es que la “puerta” (24) no se abre en función de palabras, de méritos o de influencias –“Hemos comido y bebido contigo” (26)–. Sólo se encuentra abierta si la propia vida de quien quiere entrar ha consistido en abrir las puertas a los demás, sean quienes sean, y éste es un camino no siempre fácil, a menudo “estrecho” (24). A estos, Dios los conoce, “sabe quienes son” (27).
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“El llanto y el rechinar de dientes” (28) es una imagen bíblica que expresa la indignación de los malvados ante la felicidad de los justos. La encontramos a menudo en el evangelio según Mateo (Mt 8,12; 13,42.50; 22,13; 24,51; 25,30).
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La “mesa en el Reino de Dios” (29) reaparece en boca de Jesús, en este evangelio de Lucas, en el contexto de la Pasión, en la última cena: os digo que no beberé desde ahora del fruto de la vid, hasta que venga el reino de Dios (Lc 22,16). Pero también forma parte de una bienaventuranza que dice uno que come con Jesús: ¡Dichoso el que pueda comer en el Reino de Dios! (Lc 14,15). A esta manifestación de alegría, que podría ser la propia de cualquier persona que viva con sentido la celebración de la Eucaristía, Jesús responde con la parábola de los invitados al banquete (Lc 14,16-24), indicando que a pesar de que hay muchos invitados –de hecho, todo el mundo–, solamente los pobres y lisiados, y ciegos y cojos (Lc 14,21) acogen al Reino de Dios tal como lo presenta Jesús como el mejor regalo. La parábola remarca especialmente que los que han rechazado la invitación quedarán excluidos de él: ninguno de aquellos invitados probará mi cena (Lc 14,24). Y se refiere, especialmente, a los jefes religiosos de Israel, los “primeros que serán últimos” (30).