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Fiesta de Cristo Rey: Jn 18,33-37

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Propuesta de José María Tortosa Alarcón

JESUCRISTO, PRINCIPIO Y FIN DE NUESTRA FE

 El año litúrgico concluye como empezó, con la mirada puesta en Jesús. Aquél que contemplábamos naciendo en un pesebre, fuera de la ciudad porque no había sitio en ninguna posada, lejos de todo lujo y prestigio, arropados por los pastores, los pobres de aquel tiempo, es el que ahora proclamamos Rey del Universo por ser testigo fiel, rey que sirve y se da sin reservas; que viene de parte de Dios y su reino no es de este mundo (Jn 18,33b-37); su poderío es eterno en justicia y paz (Dn 7,13-14); “tus mandatos son fieles y seguros” (Sal 92), haciendo de nosotros un reino de sacerdotes porque nos amas (Ap 1,5-8).

Pero, ni ayer ni hoy, se ha entendido este reinado de Jesús, porque desconcierta y pone en entredicho a los reyes y poderosos de turno, así como a muchas personas de la Iglesia y la manera de ejercer la autoridad dentro de ella.

Hemos visto a lo largo de todo el año litúrgico cómo Jesús sale, frecuentemente, al paso de equívocos y malentendidos sobre su poder y autoridad, tanto en sus discípulos, entre los fariseos, letrados, sumos sacerdotes, como entre la gente, provocando innumerables conflictos. Ha querido dejar claro que Él es rey por algo muy concreto, porque cura enfermos, practica el servicio y la humildad, alimenta a los pobres, acoge al pecador, implanta la justicia, defiende a los débiles, lava los pies a los discípulos, sirve a la mesa, no usa la fuerza, da testimonio de la verdad y se entrega hasta el final, “yo he venido para ser testigo de la verdad. Todo el que es de la verdad escucha mi voz” (Jn 18,37).

Algunos han querido apropiarse de este título y hacer de Jesús un rey al estilo humano, lleno de gloria y poder suficiente como para dominar a pueblos enteros (mesianismo); otros lo han utilizado para desentenderse de los problemas de este mundo y vivir lejos de la realidad (fuga mundi). Pero, los que lo entienden y siguen, se complican e implican en defender la verdad entregando la propia vida para que cualquier vida humana pueda ser realmente vida: “Tu Reino es vida, tu Reino es verdad; tu Reino es justicia, tu Reino es paz; tu Reino es gracia, tu Reino es amor,…” (Cf. Salmo 71, y canto Tu Reino es vida de M. Manzano).

En nuestro mundo saturado de todo, lleno de falsos proyectos y múltiples engaños, Jesús se presenta como testigo de la verdad y como rey. Se presenta con un proyecto para esta tierra y esta historia; un proyecto que no es ajeno a los sufrimientos y problemas de los empobrecidos, los oprimidos, marginados y explotados. Un proyecto que pide colaboración para que vivamos libres y felices. Un proyecto que consiste en dar testimonio de la verdad que, en el evangelio de San Juan, es un concepto unido a Dios como el de luz o el de la vida, y que expresa la autenticidad, la fidelidad, la lealtad que es Dios mismo. Este reino no necesita legiones, ejércitos y palacios, sino testigos capaces de llegar hasta la entrega de la propia vida por amor a la vida de cada persona con la que nos encontramos.

Ahora, en este final de ciclo litúrgico, nos toca a cada uno de nosotros hacer balance de lo vivido y aprendido cerca de Jesús; como un discípulo más puesto a los pies del Maestro, recibiendo sus enseñanzas y sus correcciones. Nos toca descubrir qué pasos nuevos hemos dado en el conocimiento de Jesús, Rey del Universo, y qué cambios se han ido produciendo en mi vida personal y comunitaria. Necesitamos releer nuestra propia historia, los acontecimientos vividos, las personas que nos han interpelado y que nos han hecho entusiasmarnos por el proyecto de vida que Jesús ha ido ofreciendo en cada pasaje escuchado y meditado. Y, todo ello, para acabar el año litúrgico con las energías renovadas, porque quiere empezar otro ciclo nuevo que también va a necesitar de nuestra implicación personal.

José Mª Tortosa Alarcón. Presbítero en la Diócesis de Guadix-Baza