Fiesta del Padre Chevrier (2 de octubre, 2009)
Fil 3, 8-14. Mt 11, 25-30
(Primacial de San Juan. Lyon)
Queridos hermanos y hermanas,
Cuando el Cardenal Barbarin me propuso dar esta homilía, acepté con mucho gusto, en esta fiesta del Beato Antonio Chevrier. Sucede que esta semana, participo en un retiro internacional de sacerdotes en Ars. Somos 1200 provenientes de 75 países diferentes. Es una hermosa asamblea reunida alrededor de Jesucristo, el único Sacerdote, el verdadero Pastor... una asamblea fraternal de personas llamadas a convertirse cada vez en mejores creyentes, para servir mejor a la acción de Dios en las comunidades cristianas, para ser colaboradores del Espíritu Santo en el mundo de hoy en día. La figura del santo cura de Ars se nos da como referencia un poco como un hermano que ha sabido responder al llamado del Señor en la situación concreta de su parroquia.
El Padre Chevrier conoció bien a Juan María Vianney, que murió tan solo veinte años antes que él. Sobre su reclinatorio en la casa del Prado en el barrio de la Guillotière, el padre Chevrier puso dos estatuillas, una de Francisco de Asís y la otra de Juan María Vianney. Para él, el cura de Ars era un modelo de sacerdote pobre completamente entregado a Dios, un hombre de oración completamente entregado a la población a través de la misión que le había sido confiada. Se había establecido una estima entre estos dos hombres. Antonio Chevrier había consultado al cura de Ars antes de comprar la sala de baile del Prado para hacer de ella un lugar de evangelización para los jóvenes más pobres, y para hacer de ella también un lugar de formación para seminaristas. El cura de Ars, en varias ocasiones, aconsejó a los penitentes que se dirigieran directamente con el Padre Chevrier, que también tuvo un intenso ministerio de confesión y de dirección espiritual. No es de sorprender que el gran portal de la Basílica de Fourvière tenga las estatuas de estas dos personas, de estos dos sacerdotes diocesanos, en primera plana, a cada lado de la entrada.
El evangelio que acabamos de escuchar nos muestra la oración de acción de gracias de Jesús: «Te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra». En el texto de San Lucas, dice: «Jesús exclamó bajo la acción del Espíritu Santo». Nosotros somos testigos de un momento fuerte de dicha, de la alegría que comparten el Hijo y el Padre, en la tierra y en el cielo. Jesus reconoce la elección del Padre, su bondad, su misericordia. «Has ocultado estas cosas a los sabios y a los prudentes, y las has revelado a los pequeños».
Aquí, los pequeños son la gente humilde y pobre que acepta la voluntad del Padre y que toma a Jesucristo como único Maestro son estas personas que ponen su vida, su existencia, sus alegrías y sus preocupaciones en manos de Dios. En la capilla del Prado, conservamos el pesebre que construyera el Padre Chevrier. Ahí vemos al niño Jesús. Él nos tiende la mano. Parece que desde entonces ya dijera, como hoy en el evangelio: «Vengan a mí todos los que están afligidos y agobiados, y yo los aliviaré». Los pequeños son aquellos que ponen su confianza en el Señor, pues han percibido la bondad de Dios hacia ellos. Y Jesús se dirige particularmente a quienes están sometidos a tribulaciones (La actualidad de estos últimos días no se cansa de informarnos sobre situaciones dramáticas y de gran sufrimiento, lejos o cerca de nosotros).
La Virgen María es el modelo por excelencia de cómo ponernos en manos de Dios, apoyándonos en su Palabra... En la historia, muchos otros han tomado esta actitud que alegra el corazón de Dios. El cura de Ars y Antonio Chevrier formaron parte de estos pequeños que pusieron su confianza en Jesucristo, aunque a veces no sin duros combates, no sin pruebas. Hoy en día, en nuestro entorno, en nuestra familia, en nuestras relaciones, entre los sacerdotes que podemos conocer, ¿quiénes son los «pequeños» que nos dan el testimonio de una fe viva, vivida en la sencillez y el servicio? ¿Por qué personas podemos compartir la alabanza y la acción de gracias de Jesús a su Padre?
En mi vida de sacerdote, en las visitas que hago a muchos países del mundo, ¡cuántas veces me ha admirado la confianza en Dios y en la humanidad por parte de gente que podía encontrarse en situaciones difíciles o incluso desesperadas!... ¡gente con corazón de pobre, en seguimiento de Cristo! Esto es lo que le falta a los sabios y a los prudentes cuando pretenden reflexionar solamente a partir de sí mismos, sin ponerse a la escucha de Dios, sin ponerse a la escucha del verdadero Maestro.
Podemos tener grandes responsabilidades y conservar la actitud de un pequeño. Una anécdota: En 1986, el Papa Juan Pablo II presidió la celebración de la beatificación del Padre Chevrier, en Lyon, en la Eurexpo (eran días de principios de octubre, días con sol y con luz, como los que vivimos actualmente). Al final de la misa, un grupo de personas comenzó a gritar: «¡Viva el Papa!». Entonces, Juan Pablo II se volvió hacia ellos y dijo: «No digan Viva el Papa sino ¡Viva Jesucristo, que nos dio a personas como el Padre Chevrier!». También nosotros, en nuestra vocación, estamos invitados a alegrar a Dios, aceptando ser como estos pequeños, poniendo nuestra confianza en la bondad del Padre.
«Conocer a Jesucristo lo es todo, el resto no es nada». Esta frase del célebre Padre Chevrier nos indica el fundamento mismo de nuestra vida de creyentes y de discípulos. El apóstol de la Guillotière fue un maravilloso educador de la fe, alentando a todos a «conocer, amar y seguir a Jesucristo más de cerca ». Para él, también los más pobres, las personas que están en mayor dificultad, tienen derecho a conocer a Jesús y la bondad del Padre, tienen derecho a ser instruidos en la Palabra de Dios y a poder recibir la Primera Comunión. Así, reconociendo su dignidad de hijos de Dios, estas personas pueden encontrar la estima de sí mismas y encontrar mejor su lugar. Santificación y humanización se articulan plenamente en el fundador del Prado.
Uno de sus puntos de apoyo fue la escucha de la Palabra de Dios, un trabajo constante del Evangelio. En este ámbito, él fue verdaderamente heroico. Nos dejó más de veinte mil páginas de meditación de Cristo en las Escrituras. Ahí encontraba la fuente de su unión con el Enviado del Padre y la inspiración que necesita como formador. El Evangelio de esta misa es la base de toda la escucha de la Palabra de Dios. No hay que equivocarse. Nosotros no somos los primeros en conocer a Jesucristo. El conocimiento de Dios es un regalo de Cristo.
Lo primero es el conocimiento que existe en Dios mismo, entre el Padre y el Hijo, en el Espíritu Santo. «Todo me ha sido dado por mi Padre, y nadie conoce al Hijo sino el Padre, así como nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar». Jesús eligió dejarnos entrar en el secreto del Dios Trinidad. Él nos hace comulgar en el conocimiento que constituye el corazón mismo de Dios.
Termino con este texto escrito por el Padre Chevrier en su libro «el Verdadero Discípulo». Son palabras que nos alientan a permanecer en la escucha de la Palabra de Dios, (y vaya que es un punto fuerte de la diócesis de Lyon), a volvernos pequeños para aprender del único Maestro la mejor manera de conducir nuestra vida: «Viendo obrar a Jesús, (en el Evangelio) vemos las acciones mismas del Padre, porque el Hijo no hace nada de sí mismo, y es el Padre que hace él mismo sus obras. ¡Qué bella armonía! ¡Qué acuerdo entre el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo en Jesucristo! ¿Qué tenemos nosotros que hacer? Estudiar a nuestro Señor Jesús, escuchar sus palabras, examinar sus acciones, a fin de configurarnos con él y llenarnos del Espíritu Santo Tenemos, pues, aquí una regla segura y cierta para llenarnos del Espíritu Santo y actuar y pensar según él (VD 225).
Robert Daviaud
(Responsable General del Prado)