Febrero 2020

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23 de enero de 2020
 
Hoy he ido a visitar a Loli al hospital de Granollers. Lleva bastantes días ingresada por problemas respiratorios. Después de hacerle muchas pruebas y pasar por varios diagnósticos los médicos al final le han dicho que ha tenido una reacción alérgica a un medicamento. Viendo a Loli con su paciencia y su fe sencilla en Jesucristo ante todo lo que está pasando, me siento abocado a repetir las palabras del Nazareno: “Te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has mostrado a los sencillos las cosas que ocultaste a los sabios y entendidos. Sí, Padre, porque así lo has querido." (Mateo 11, 25-26).
 
Junto a ella está Antonio, su marido. Cada día se presenta en la habitación después de cuidarse de los perros y las labores de la casa mientras su mujer se va recuperando. Entablamos una conversación amigable sobre su pasión que es la caza. Se entusiasma explicando sus vivencias de cazador y todo lo que representa estar unido a la naturaleza. A la vez expresa su denuncia ante los cazadores furtivos. Voy observando atentamente que, a su manera, cree en Dios porque todo está bien hecho con sus más pequeños detalles. Se me dibuja en mi interior un extracto de un salmo: “El cielo proclama la gloria de Dios; de su creación nos habla la bóveda celeste. Los días se lo cuentan entre sí; las noches hacen correr la voz. Aunque no se escuchan palabras ni se oye voz alguna, el mensaje llega a toda la tierra y hasta el último rincón del mundo, hasta donde el sol tiene su hogar.” (Salmo 19, 1-4). La conversación se enriquece con experiencias de fe tanto de ellos como de las mías. En estos días he enterrado a mucha gente y compartí la manera que tengo como cura para acompañar a las familias que lo están pasando mal ante la pérdida de un ser querido.
 
Loli sigue el diálogo con una sonrisa suave mientras mueve la cabeza de asentimiento ante lo que escucha. También la compañera de habitación permanecía en silencio activo mientras, sentada en su cama, tejía una prenda. Mari Carmen, que así se llamaba aquella mujer latina de unos 60 años, rompió su mutismo y agradeció nuestras palabras. Compartió que era muy creyente y que llevaba un año y medio luchando contra un cáncer cuando el equipo médico le había dado pocas semanas de vida. Fue la guinda del pastel de aquella tarde de invierno donde me sentí muy agraciado por aquellos momentos tan intensos de fe a flor de piel.
 
“Amigo Jesús, sólo me sale, desde la pequeñez, expresar mi agradecimiento por las lecciones de fe de los sencillos que, de tanto en tanto, irrumpen en mi vida como aire fresco para mi vocación”
 
 
Pepe Baena Iniesta.
Diócesis de Terrasa