Vida Álvarez y Luis Núñez. 25 julio 2020
Salir al encuentro nos dispone a estar atentos y a acoger. Con esta disposición vamos caminando por el barrio y sus alrededores, hacemos algunas compras necesarias y nos vamos encontrando con los vecinos.
Acoger y sentirnos parte de este pueblo sencillo y trabajador con el que vamos compartiendo esta situación de pandemia y sus consecuencias.
Chelo y una amiga pasan a nuestro lado sin reparar en nosotros. Las saludamos y enseguida nos reconocen. Son gitanas, buenas chicas y andan liadas con lo de cobrar las nuevas ayudas. Se quejan de que a ellas no les llegan y que sin embargo otros con más posibilidades ya las están cobrando. Nos recuerdan que ha muerto la tía Antoñita. Hablamos de la familia, de la prima Tamara, de otra prima casada con un payo que es muy trabajador. Seguimos hablando, no tenían prisa por marcharse, piden la hora y se van corriendo porque se les hacía tarde.
Telefoneamos a Basi que la operarán de una cadera, a Sagrario con la que coincidimos en urgencias del 12 de Octubre, a María y Jose que siempre están muy pendientes de nosotros, a Mariano que por miedo al contagio sólo sale de casa a hacer la compra, a Ana que le han operado de cataratas. Y nos llaman: Yoli la peluquera para interesarse por Vida; Charo del Centro de mayores que puede ir ya al Centro, pero que no va porque "estoy muy bajita", nos dice; Choni de Valladolid que, por fin, nos cuenta, que ha podido reunirse la familia. Hablamos con Natalia nuestra nieta mayor que con su novio están preparando el piso que han alquilado para irse a vivir juntos, y con Luis Fernando que nos llama desde el pueblo para decirnos que están pasando unos días muy agradables.
Juani colabora en el ropero de Caritas parroquial, tiene a su marido con cáncer y estaban contentos porque la recuperación iba muy bien. Nos la encontramos y nos comenta muy afligida que el cáncer se ha vuelto a activar y que no le pueden poner la quimio porque está muy bajo de defensas. Acogemos su dolor y le expresamos nuestro apoyo y nuestro afecto.
Hemos salido al encuentro dispuestos a estar atentos y a acoger. Hemos acogido y nos hemos sentido acogidos y hemos experimentado el calor de la relación de amistad, del afecto sencillo, cordial y sincero y lo hemos compartido. Con sencillez y humildad y desde nuestra propia pobreza hemos intentado comunicar fortaleza, confianza y esperanza en unos momentos en los que surge con fuerza la desconfianza y la desesperanza, también el dolor, y el valor de lo inmediato.
En el encuentro contemplamos al Verbo encarnado en su encuentro con la humanidad: abajamiento, despojo, ser uno de tantos en medio de un pueblo pobre y trabajador, debilidad, pobreza. Vivir aquí y ahora en medio de nuestro pueblo es para nosotros experiencia de encarnación, de vivir "la pobreza de Nuestro Señor Jesucristo que siendo rico se hizo pobre para enriquecernos con su pobreza" (2Cor 8,9). Acompañar y compartir con pasión la vida de nuestro pueblo, de las mujeres y de los hombres con los que convivimos a diario, anunciando y actualizando con nuestras vidas, desde nuestra pobreza e indigencia, la entrega por amor del Padre al Hijo, para que todo el que cree en él tenga vida en abundancia (Jn 3,16).
Dios ha encendido esta luz en nuestros corazones para que en el encuentro con nuestros vecinos le demos a conocer y así brille su gloria, la gloria que contemplamos en el rostro de Cristo. "Pero este regalo, este tesoro, lo llevamos en vasijas de barro, para que todos vean que una fuerza tan extraordinaria procede de Dios y no de nosotros" (2Cor 4,6-7).
Gracias, Padre Dios, por mostrarnos a tu Hijo amado; él nos abre el camino de la encarnación y nos enseña a caminar y a vivir con nuestro pueblo, a encontrarnos con las mujeres y con los hombres con los que convivimos a diario. De él aprendemos a atender, a acoger, a acompañar, a compartir sus tristezas y angustias, sus alegrías y sus esperanzas. Gracia, Padre Dios, porque el Espíritu Santo nos hace dóciles a sus mandatos. Gracias por este gran regalo que nos haces. "Tu amor y tu gracia valen más que la vida, te alabarán mis labios" (Sal 62,4). Magníficat anima mea Dominum.
Vida Álvarez y Luis Núñez
Madrid