David Masobro, diócesis de Barcelona

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        David Masobro

       Me confundí (carta)

 

Mientras conversaban y discutían, Jesús mismo se les acercó y se puso a caminar a su lado. Pero, aunque le veían, algo les impedía reconocerle (Lucas 24,15-16)

 

Querido Antonio, me llamo David. Quizá ya no te acuerdes de mí. Es normal. ¡Supongo que conoces a tanta gente! Recuerdo un día que yo iba paseando con aquel compañero tuyo, aquel chico joven que tenía el cerebro destrozado por las drogas. Sí, aquel chico alto y delgado que tenía barba y se sentía triste por todo lo que había hecho sufrir a su madre cuando él consumía... Pese a todo, decía, mi madre continúa viniéndome a ver... no hay amor más grande... Te recuerdo bien. Ibas vestido con un pijama azul, sucio, lleno de manchas de café y agujereado por quemaduras de cigarrillo. Tu cabello era largo, negro, limpio y y desordenado y tus ojos eran tan oscuros y abiertos como la inmensidad de un lago. Recuerdo que te acercaste a nosotros y con los ojos llenos de lágrimas nos pediste un cigarrillo. Yo te dije: "no llores", y mi compañero te dio un cigarrillo rubio. dejaste de llorar inmediatamente. Recuerdo tus dedos quemados por las veces que te dormías con el cigarrillo encendido en los largos ratos de soledad en los jardines del Hospital. Estuviste caminando y fumando a nuestro lado y, de repente, hablaste. Nos dijiste: "Una pregunta: yo... debo de ser Dios, ¿verdad?". Y yo te miré y te dije: "No, tú eres Antonio". Y es en este momento cuando me confundí. Realmente tú eras Dios. Eras el mismo Dios que, pequeño y pobre, habías venido a visitarnos y caminabas a nuestro lado, como aquella vez con los discípulos de Emaús. Eras Dios llagado y suplicante que llamaba a la puerta de nuestro corazón... No sé si te sentiste querido y acogido. Perdóname Antonio. Perdóname Dios.

 

David Masobro es laico asociado a la Asociación de Sacerdotes del Prado, está casado y pertenece a la diócesis de Barcelona. El texto que ofrecemos lo ha seleccionado David de su libro “La casa de las pequeñas alegrías”, editorial CPL, colección Emaús 138, p. 18

 


De las experiencias más impactantes en el Hospital hay una que siempre me ha afectado mucho. Es el momento en que saludo o me despido de alguien.

Recuerdo cuando me he acercado a alguien y le he dado la mano y me la han cogido con tanta fuerza que parecía que nuestras manos iban a fundirse en una sola. Recuerdo algunos abrazos tan intensos e inacabables que mostraban el tiempo que hacía que aquellas personas no eran abrazadas por nadie. Más concretamente, recuerdo una tarde que, cuando regresaba a casa, me acerqué para dar un beso a una señora, ésta me abrazó tan fuerte que una mujer que estaba junto a ella dijo: “¡Ay, que te lo comerás!”.
 
Es por esto que me han venido a la mente estas palabras del P. Chevrier: “El sacerdote es como Jesucristo, un hombre despojado, un hombre crucificado, un hombre comido” (carta 56). Hemos de saber ser comidos por los demás si queremos ser buenos imitadores de Jesucristo, si queremos tener sus mismos sentimientos.
 
David Masobro, “La casa de las pequeñas alegrías”, editorial CPL, colección Emaús 138, p. 110