Estudio de Evangelio. Ginés Pardo García, diócesis de Orihuela-Alicante
12 de Marzo 2023. Jn 4, 5-42
El evangelio de este domingo cuaresmal quiere ayudarnos a ver como Dios se acerca a nuestra vida, precisamente en este tiempo en el que estamos llamados a acercarnos a Él, y es que nosotros amamos porque él nos amó primero, (1 Jn, 4-19) y la prueba de que Dios nos ama es que Cristo, siendo nosotros todavía pecadores, murió por nosotros. (Rom 5, 8.)
Esta es la experiencia que tuvo una mujer samaritana, pecadora y algo descreída que iba a sacar agua a un pozo del que en su pueblo estaban orgullosos, pues era el que nos dio nuestro padre Jacob y del que bebieron él, sus hijos y sus ganados, (Jn 4,12.) Un pozo, por lo tanto, que era una fuente de recuerdos, no solo de agua. Era un lugar referencial sobre el que apoyar su identidad de samaritanos, claramente enfrentada a la de los judíos. Allí se encontró con el judío Jesús, que tomando la iniciativa llega antes que ella y le solicita que le dé de beber.
Podríamos decir que es un encuentro casual, pero es mucho más, es una expresión de ese Dios que nos amó primero. Además podríamos decir que ese es un encuentro del Antiguo Testamento a través del pozo, del que siempre se vuelve a tener sed, todo el que bebe agua de esta volverá a tener sed (Jn 4,13) con el Nuevo Testamento a través de Jesús, de cuyo costado manó sangre y agua, (Jn, 19, 34) y que se convierte en un manantial de agua dando vida definitiva (Jn,4, 14.)
En ese encuentro comienza Jesús un diálogo en el que, pidiendo de beber, recibe la respuesta extrañada de la mujer: ¿Cómo tú que eres judío me pides de beber a mí que soy samaritana? (4, 9) y aflora el conflicto histórico entre judíos y samaritanos. Ante esas palabras de la mujer, Jesús en lugar de entrar en ese antiguo debate, reacciona proponiéndole ir más lejos y ofreciéndole otro tipo de agua capaz de saciar la vida.
Jesús sabe muy bien quien es la que le pide de beber: una samaritana, una mujer. Una doble condición que la hace rechazable para los judíos, y que provoca que cuando sus discípulos vean la escena se extrañen…pero ninguno le preguntó de qué hablaba con ella, (Jn 4, 27) Como tantos otros judíos, con esa extrañeza ellos se dejan llevar por los prejuicios, pero no entran el fondo de la cuestión que se ha planteado en ese pozo.
Jesús sí que ha entrado, porque es el que nos ama primero, y llevando la iniciativa, le desvela lo que sabe de ella y de su vida, algo que quizás la samaritana llevaba con dificultad. Pero Jesús va más lejos descubriéndole, para sorpresa de ella, que su situación personal no es obstáculo para que reciba la propuesta de aceptar ése agua que salta hasta la vida eterna. Es por eso que al verse descubierta, pero no despreciada, ni condenada, sino todo lo contrario, invitada a beber otra agua, invitada a vivir, es cuando ella reacciona haciéndole ver a Jesús que tiene esperanzas de cambiar: sé que va a venir un Mesías…cuando venga Él nos lo explicará todo (Jn 4, 25)y esa confesión de una esperanza profunda es la que deja ver que en lo hondo de su vida, ella misma quisiera que las cosas fueran de otra manera, de que pudiera verse salvada y reconstruida, y esa esperanza de la samaritana es lo que hace que Jesús se le manifieste: Soy yo, el que hablo contigo (Jn 4,26).
La reacción de esa mujer ante el descubrimiento de quien es el que le está hablando es doble, por una parte se marcha al pueblo a comunicar con quién se ha encontrado (Jn,4,29) y, por otra, Juan nos dice que antes de marcharse, la mujer dejó su cántaro (Jn 4, 28), toda un dato que nos dice que ya no lo necesitaba. En ese dejó su cántaro se expresa la voluntad decidida de la mujer de dejar atrás su ir incesante a por un agua que no sacia, y con ello deja también su pasado, su vida lastrada, sus prejuicios. Ese cántaro aparece como innecesario y la mujer lo deja cuando descubre que las palabras de Jesús son para ella, cuando se da cuenta que Jesús la considera y la rehace.
Esa experiencia que está teniendo es tan importante, que se va a su pueblo a anunciar con quien se ha encontrado. El evangelio nos hace ver, en la pregunta de la mujer a sus paisanos: Venid a ver a un hombre que me ha dicho todo lo que he hecho ¿será este tal vez el Mesías? (Jn, 29) que no era ella sola la necesitada de un agua de vida, y que el anuncio de Jesús es para todos, que todos están necesitados de un agua viva, de hecho tras el encuentro de sus paisanos con Jesús, estos le dirán a la mujer: ya no creemos por lo que tú nos cuentas…sabemos que este es realmente el salvador del mundo ( Jn, 42).
Hoy Jesús se dirige a nosotros, como a aquella mujer, para que, tantas veces visto como extranjero en los pozos que llenan la vida de nuestra sociedad, lo descubramos en los lugares donde buscamos calmar nuestra sed de sentido, lo descubramos cerca incluso cuando estamos instalados en prejuicios y perspectivas negativas sobre nuestra propia vida, o sobre la vida de la Iglesia o sobre el discurrir de nuestra sociedad, como lo estaban la samaritana y los discípulos. Como en aquella ocasión, allí está Él ofreciéndonos beber otras aguas, como son hoy los inmigrantes, los extranjeros que vienen a pedirnos un lugar en nuestro mundo, un puesto de trabajo o una vivienda digna, una mano tendida o un cariño en su soledad. Ellos, como Jesús, nos dicen dame de beber, dame un futuro en mi incertidumbre, un consuelo en mis sentimientos. Y vienen a nuestras tradiciones y costumbres, a nuestras religiosidades, y vienen a poder ser unos más, sin dejar de ser ellos mismos; y en cuántas ocasiones les decimos “intégrate”, sin darles la oportunidad de que nos den del agua que ellos traen.
La samaritana se escondió tras su identidad y su religiosidad, y allí escondió también su desorden personal y su pecado, como tantas veces hace nuestra sociedad, nuestra Iglesia y nosotros mismos. Pero en lo que Jesús se fijó fue en lo positivo que había en ella: su profunda esperanza, su anhelo de un Mesías, de un salvador. El, también hoy, se fija en lo positivo que hay en nosotros para proponernos beber un agua nueva, que nos permita rehacer aquello que bulle en lo profundo de nuestras vidas y compartirlo con quienes vienen buscando su pan de cada día.
Ahí, en la esperanza y confianza en la Palabra de Dios que Jesús nos ofrece como agua viva es donde, como en aquella ocasión, nos espera a sus discípulos, para que seamos capaces de responder y de anunciar con nuestro compromiso de servicio y de diálogo, que hemos descubierto al Mesías en todos aquellos que nos piden de beber, en quienes en definitiva reclaman de nosotros un compromiso que nos convierta en hermanos, porque ante ellos el único camino es la acogida.
Al pozo de la vida, de nuestra vida, Él llega primero, para validarnos como a la samaritana. Es quizás hoy el día de preguntarnos si nosotros, si la Iglesia, nos damos cuenta que Él al llegar primero, quiere que aflore la certeza de su cercanía.