Pautas para un estudio y reflexión del Evangelio. Josep María Romaguera Bach. Diócesis de Barcelona
No olvidemos cual es el centro del evangelio: Cristo. Se trata de poner la mirada en Jesucristo, el Hijo que ha invertido todos los "talentos" de su divinidad y de su humanidad para hacerse esclavo y dar la vida a todos, como canta san Pablo (Fl 2,5-11). Con la parábola se nos propone "tener fijos los ojos en Jesús" (Heb 12,2) para, de este modo, ser discípulos de quien marcha delante de nosotros en el trabajo del Reino de Dios.
Pauta para el Estudio de Evangelio personal o compartido en grupo
1. Oración para pedir el don de comprender el Evangelio y poder conocer y amar a Jesucristo y, de este modo, poder seguirle mejor y darlo a conocer
2. Anoto algunos hechos vividos esta última semana
3. Leo/leemos el texto. Después contemplo y subrayo
4. Anoto lo que descubro de JESÚS y de los demás personajes, la BUENA NOTICIA que escucho... Contemplando a Jesús, que invierte todos sus talentos en los pobres, ¿cómo me veo siguiéndolo en eso?
5. Desde el evangelio, vuelvo a mirar la vida, los HECHOS vividos, las PERSONAS de mi alrededor... ¿Qué “talentos” he visto ahí que se hacían rendir, que daban intereses de vida?
6. Llamadas que me hace –que nos hace– el Padre hoy a través de este Evangelio y compromiso(s)
7. Oración. Diálogo con Jesús dando gracias, pidiendo...
Nota para seguir el hilo del Evangelio
Seguimos en el capítulo 25 de Mateo que nos sitúa delante de nosotros mismos para que podamos ver qué estamos haciendo con nuestra vida, hacia donde nos encaminamos, si estamos siguiendo o no a Cristo.
Notas para fijarnos en Jesús y el Evangelio
Las tres situaciones que la parábola presenta (15), a pesar de ser diversas respecto a las cantidades confiadas a cada uno de los tres “empleados”, tienen en común que se trata de cantidades de dinero muy elevadas. Un talento equivalía aproximadamente a 21,7 kg de plata. Así pues, se está hablando de mucho dinero.
- La respuesta (21.23) del “señor” (20.22) nos recuerda lo que encontramos en Lc 16,10: El que es fiel en lo mínimo, lo es también en lo mucho; y el que es injusto en lo mínimo, también lo es en lo mucho. En el contexto de la parábola que transmite Lucas (Lc 16,1ss), ser fiel significa utilizar el dinero en vistas al mundo futuro, es decir, darlo ahora a los pobres.
- La recompensa de los empleados que hacen rendir los bienes recibidos es compartir “el banquete del Señor” –o “el gozo del Señor”, según otras versiones– (21.23) en el Reino del Padre (34). El gozo del Señor está en que todo el mundo viva, comenzando por los pobres. Un gozo que Dios experimenta cada vez que alguien es liberado de la injusticia. El gozo que nosotros podemos sentir cuando esto sucede, es el mismo que Dios siente. Así pues, lo compartimos con Él ya en esta vida.
- Las razones del tercer empleado (24-25) son bastante claras: para no correr el riesgo de perderlo todo, más vale no arriesgar nada y mantener las cosas como están; así el señor –piensa el empleado– no podrá recriminarle nada. Y se equivoca: en el Reino de Dios quien quiera salvar su vida, la perderá, pero quien pierda su vida por mí, la encontrará (Mt 16,25). Sólo dando, arriesgándolo todo, por poco que sea, habrá frutos.
- La resolución de “quitarle el talento para dárselo al que tiene diez” (28-29) nos recuerda otro pasaje de Mt: a quien tiene se le dará y le sobrará; pero a quien no tiene, aun lo que tiene se le quitará (Mt 13,12). Esto se dice en el contexto de la parábola del sembrador, donde Jesús mismo habla del rechazo que sufre por parte de muchos de sus oyentes, que se han cerrado voluntariamente a su mensaje. No hacer rendir los talentos es lo mismo que cerrarse al don de Dios. Es una falta de confianza en el Padre que es quien puede evitar que perdamos la vida: vuestro Padre que está en el cielo no quiere que se pierda ni uno solo de estos pequeños (Mt 18,14). Acoger el don de Dios supone, siempre, una actitud activa.
- La imagen bíblica que expresa la indignación de los malvados ante la felicidad de los justos (30) es un mensaje para nosotros: negándonos a hacer fructificar los dones que cada uno ha recibido (20-22), nos quedamos “fuera” del Reino (30).
- La parábola viene a indicar lo mismo que la anterior, la de las diez doncellas (Mt 25,1-13), que concluía diciendo: velad, porque no sabéis el día ni la hora (Mt 25,13). Pero ésta pone el acento en los frutos –“intereses” (27)– que tiene que dar el que está en vigilia durante el largo viaje (14), es decir, entre la resurrección del Señor y su retorno; en concreto, desde que se ha recibido el don de la fe –“llamó a sus empleados y los dejó encargados de sus bienes” (14)– hasta el final de la vida.
- Estar en vigilia esperando el día y la hora no es una actitud pasiva. Tampoco es una actitud conservadora. Todo lo contrario. Es la vida propia del discípulo de Cristo, siempre itinerante: actitud activa, lanzada hacia aquellos que no te pueden dar nada –los pobres (Mt 25,31-46)–, con la creatividad que da la vida a la intemperie y con el riesgo de ser rechazado y crucificado. He aquí, entonces, los frutos: el amor “desinteresado” –es decir, buscar los intereses para los demás– y la creatividad en favor del Reino –es decir, invertir a través del testimonio para que el Reino, que ya está en medio de nosotros (Mt 12,28), sea conocido–.
- Estamos ante una parábola que se presta a fijarnos en nosotros mismos, y a hacer aquellos exámenes interminables de las virtudes que tenemos y que no ejercemos. Si caemos en ello, no olvidemos cual es el centro del evangelio: Cristo. Se trata de poner la mirada en Jesucristo, el Hijo que ha invertido todos los talentos de su divinidad y de su humanidad para hacerse esclavo y dar la vida a todos, como canta san Pablo (Fl 2,5-11). Con la parábola se nos propone tener fijos los ojos en Jesús (He 12,2) para, de este modo, ser discípulos de quien marcha delante de nosotros en el trabajo del Reino de Dios.
- Este evangelio nos puede hacer recordar –y orar por ellas– a todas las personas llamadas por el Señor a dar fruto. Cualquier bautizado/a, llamado/a a dar los frutos del testimonio en medio de la vida cotidiana; quienes han recibido determinados sacramentos, como el del orden o el del matrimonio, o quienes han hecho un compromiso en la vida religiosa, todas ellas llamadas a dar unos frutos específicos. También las personas que asumen compromisos en los movimientos apostólicos y en otros grupos o instituciones de la Iglesia... Orar para que unos y otros seamos fieles a lo que el Espíritu ya puso en nosotros y que tenemos que activar con nuestra propia iniciativa.