Josep María Romaguera Bach. Diócesis de Barcelona
Esta semana, doble fiesta: Todos los Santos y Domingo. El día de Todos los Santos recuperamos las Bienaventuranzas, texto fundamental para la vida cristiana
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En las bienaventuranzas tenemos un resumen de la enseñanza de Jesús. Mateo, que ha distribuido en diversos bloques todo lo que ha recogido de las enseñanzas de Jesús, pone las bienaventuranzas como introducción al primer bloque, llamado ‘sermón de la montaña’ (capítulos 5-7).
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En estas palabras tenemos que buscar lo que dan: la buena noticia del amor misericordioso y fiel de Dios. Encontramos ahí pistas sobre “el Reino de los cielos” hacia el cual Jesús nos encamina y sobre quien es este Dios que nos hace “hijos” (9), al cual Jesús nos invitará a llamar “Padre” y a dirigirnos a Él con el “padrenuestro”, invitación situada en el corazón del ‘sermón de la montaña’ (Mt 6,9-13).
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En las palabras introductorias a las bienaventuranzas (1-2) resuena la Alianza de Dios con Israel. “La montaña” (1) evoca al Sinaí, donde Moisés recibió la Ley (Ex 24,12). Contexto de paso hacia la libertad.
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En Jesús, Dios habla directamente. Jesús habla con su propia autoridad. Por eso “se sentó” (1) y “se puso a hablar” (2) –como hace un Maestro– con “los discípulos” a su alrededor (1).
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Y si la Ley era “para instruir a los israelitas” (Ex 24,12), la “palabra” de este Jesús–Maestro es para todo el mundo. El evangelista nos lo recuerda diciendo que Jesús “subió a la montaña” motivado por “el gentío” que ha visto (1). Y lo dice después de haber situado la primera actividad de Jesús en tierras fronterizas, tierras de mezcla (Mt 4,12-25).
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El género literario de la bienaventuranza expresa la felicidad que proviene de Dios (3). Jesús escoge este lenguaje y no el legislativo.
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Entre la antigua alianza y la nueva hay continuidad. Pero Jesús aporta una gran novedad: no da mandamientos, como Moisés, sino que anuncia “el Reino de los cielos” y señala quienes son los que lo acogen como noticia que hace “dichoso”: “los pobres”, “los sufridos”, “los limpios de corazón” ...
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“Los pobres en el espíritu” (3) son quienes, lejos de las riquezas, ponen su confianza sólo en Dios con un corazón humilde (5). Dios da a los pobres su Reino: ésta es la buena nueva (Mt 11,5-6).
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“El consuelo” de Dios (4), vinculado a la liberación, había sido anunciado por el profeta (Is 61,2; también Is 40,1ss y 66,13). La expresión “los que lloran” se refiere, probablemente, a los que sufren la injusticia y la opresión.
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“La herencia de la tierra” por parte de los “sufridos” (5) la cantaban los judíos en los salmos (Sl 37[36],11). “Los sufridos” son quienes se inclinan ante Dios y, en consecuencia, son pacientes, no se irritan, rehúyen toda violencia. Jesús mismo lo vive (Mt 12,15-21). “La tierra” que heredarán es esta tierra, pero renovada por el don del Reino.
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“Hambre y sed de la justicia” (6). Aquí la palabra “justicia” no se refiere a la justicia salvadora de Dios, ni tampoco a la justicia social. Es el deseo de hacer caso de la voluntad de Dios de manera autentica y efectiva, y ser fiel a ella (Mt 3,15). Dicho esto, no olvidemos que la voluntad de Dios es liberar a los oprimidos. Por lo tanto, es correcto entenderlo en su vertiente de justicia social.
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Con el término “misericordioso” (7) se habla de quien ayuda a quienes pasan necesidad y se comprometen con ellos (Mt 25,31-46), y del perdón dado a quienes han cometido una ofensa (Mt 18,21-34).
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“Los limpios de corazón” (8) son aquellos a quienes canta el salmista (Sl 24[23],3-4; 15[14],2-3): quienes se comportan sinceramente serán admitidos a la presencia de Dios por siempre.
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También la bienaventuranza sobre “los que trabajan por la paz” (9) encuentra un anuncio en los profetas (Ml 3,23-24). A la acción pacificadora, Dios corresponde con el amor de Padre. La acción a favor de la paz pasa por todos los campos de la vida personal y social.
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“Perseguidos por causa de la justicia” –o “por ser justos”, como traducen otras versiones– (10): son quienes, como Jesús mismo, son rechazados porque cumplen la voluntad de Dios (1Pe 3,14).
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“La recompensa” (12) es la participación en el Reino celestial. Es un regalo. Dios nos lo da gratuitamente, por encima de cualquier exigencia o reclamación (Mt 20,13-16).