Josep María Romaguera i Bach. Diócesis de Barcelona
"El primer día de la semana, de madrugada, las mujeres fueron al sepulcro llevando los aromas que habían preparado. 2 Encontraron corrida la piedra del sepulcro. 3 Y entrando, no encontraron el cuerpo del Señor Jesús. 4 Mientras estaban desconcertadas por esto, se les presentaron dos hombres con vestidos refulgentes. 5 Ellas quedaron despavoridas y con las caras mirando al suelo..." (Lc 24, 1-5)
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“El primer día de la semana” (1) es la traducción literal del original griego. Es el día que nosotros llamamos ‘domingo’. Según la forma judía de contar los días, el domingo es el tercer día desde el viernes, día de la muerte de Jesús.
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La unción ritual con aceite se practicó en Israel desde tiempos antiguos a la hora de designar a algunas personas para determinados cargos o funciones; con el tiempo se convirtió en el signo de la presencia de la fuerza del Espíritu de Dios en la persona ungida. Inicialmente era reservada al rey (1Sa 10,1; 1Re 19,16), pero más tarde pasó también a formar parte del rito de consagración de los sacerdotes (Ex 29,7.21). También los profetas se consideraban «ungidos» por el Espíritu de Dios (Is 61,1-3). La palabra «ungido» («mesías») designaba a las personas que habían recibido la unción santa, particularmente al rey y al gran sacerdote.
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En el NT, la unción con aceite perfumado podía formar parte de la recepción de los huéspedes (Lc 7,46). La carta de Santiago recomienda que los enfermos sean ungidos y se ore por ellos (St 5,14). También se usaba la unción en el rito de sepultura (Mc 16,1; Lc 23,56; Jn 12,3.7).
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“El primer día de la semana” (1), sugiere nueva creación, comienzo. Para los cristianos el domingo es símbolo de esto: Dios nos recrea; Dios, por su amor, nos permite volver a empezar.
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Las “mujeres” (1) ya habían sido testigos de la muerte de Jesús y del traslado de su cuerpo al sepulcro. Son las que habían acompañado a Jesús desde Galilea (Lc 23,55).
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Estas mujeres, después de haber dado sepultura a Jesús, al regresar, prepararon aromas y mirra. Y el sábado descansaron de acuerdo con el precepto (Lc 23,56). Por ello no van al sepulcro hasta la madrugada del domingo, terminado ya el sábado.
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El hecho de que el sepulcro esté vacío (3) no es una prueba de la resurrección de Jesús. Pero abre la pregunta por lo qué ha sucedido y la necesidad de responder a ella.
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Los “dos hombres con vestidos refulgentes” (4), Lucas los presenta de nuevo después de la ascensión: dos hombres vestidos de blanco (Ac 1,10). Hablar de vestidos refulgentes o blancos es una manera de relacionarlos con Dios. Las mujeres dicen, más adelante, que se trataba de unos ángeles (Lc 24,23). En cualquier caso, el hecho es que se trata de unos mensajeros que traen una interpelación y un anuncio de parte de Dios: “Por qué buscáis entre los muertos al que vive? No está aquí. Ha resucitado” (6).
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Las palabras de estos “hombres” (7) son el núcleo del evangelio, de la fe cristiana: Jesús, muerto en la cruz y sepultado, ha resucitado y vive por siempre.
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Todo ello había sido ya anunciado: Lc 9,22; 9,43-44; 17,25; 18,32-33. En estos textos, las expresiones de obligación (tiene que..., va a ser...) indican que todo lo que Jesús vive forma parte de la voluntad de Dios.
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A partir de lo que han experimentado en el sepulcro, las mujeres, mencionadas por sus nombres (10) y recordadas, por lo tanto, como aquellas que habían seguido a Jesús (Lc 8,1-3), son las primeras que anuncian (9) la resurrección de Jesús a pesar de que, probablemente, no entendían nada.
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Que “no las creyeron” (11) es normal si tenemos en cuenta que en aquel contexto sociocultural la palabra de las mujeres no tenía valor de testimonio. Pero los evangelistas, los cuatro, recogen este hecho vivido por las mujeres: si el testimonio de las mujeres no hubiese provocado ninguna novedad, no hablarían de ello porque en el mundo judío no les sería útil –sería un descrédito– para anunciar el evangelio. Pero el testimonio de las mujeres provoca que Pedro “se levantara y fuese corriendo al sepulcro”, que “se asomase”, que “viese”, que “volviese admirándose” (12). Es decir, el anuncio de las mujeres provoca acción y tiene unas consecuencias que han llegado hasta nosotros.