El libro es una compilación de 560 cartas que han podido recogerse de las que escribió el P. Chevrier a lo largo de 23 años de su ministerio, básicamente a partir de su “conversión” de la noche de Navidad. Están traducidas de la edición francesa de 1987. Para facilitar el acceso a su lectura están clasificadas por destinatarios y, a su vez, por la fecha de envío.
Son cartas muy variadas por los destinatarios y los motivos que le llevaron a escribir; en algunos casos echamos de menos no poder disponer de las cartas dirigidas a él mismo, a las cuales va dando respuesta, pero eso no quita nada del valor de la correspondencia en sí misma.
Sobresalen las cartas a los sacerdotes y seminaristas del Prado, así como a las hermanas del Prado. También hay abundantes cartas de dirección a diversas personas, además de las dirigidas a bienhechores, amigos y otras de recomendación o de organización.
Como dice Antonio Bravo en la presentación del libro, “están escritas al hilo de lo cotidiano y sin pretensión de publicidad, pueden ser leídas como una autobiografía sin elaborar”. En ellas podemos admirar la hondura en la sencillez del P. Chevrier, la centralidad de Jesucristo en su vida y apostolado con los pobres, la atención a los detalles de las personas y sus circunstancias, además de su sentido común y evangélico para dar respuesta a las dificultades que se presentan, como, por ejemplo, cuando aconseja a un compañero: “déjese guiar por las circunstancias, más que por usted mismo. Dejemos actuar a Dios; he descubierto que, cuando actuamos por nosotros mismos, al final hay que deshacerlo todo y cuando las cosas las hace Dios, todo sale bien” (Carta 52).
Vemos al “verdadero discípulo de Jesucristo” en acción, en medio de los pobres y para ellos, en el itinerario del Pesebre, la Cruz y la Eucaristía; un hombre de salud frágil y de una fortaleza interior extraordinaria.
Las grandes intuiciones plasmadas en el manual “El Verdadero Discípulo” están expresadas en su existencia concreta, con el lenguaje de los sencillos lleno de sabiduría. Es consciente de sus limitaciones y las de los demás, y no tiene reparo en manifestarlo a sus destinatarios; conoce la desproporción entre la misión y sus propios recursos.
Su autoridad y libertad la encuentra en el estudio incesante de Jesucristo en el Evangelio y en la vida compartida con los pobres. En una de las cartas escribe: “Me encuentro tan pobre, tan incapaz, tan pequeño que me avergüenzo y si no supiera que debo buscarlo todo en el Evangelio y en las cartas de San Pablo, no osaría comenzar este trabajo porque soy muy ignorante” (Carta 309).
Vivimos tiempo diferentes de los de Chevrier en el mundo y en la Iglesia, pero las cartas no son anacrónicas. Retomamos la presentación de Antonio Bravo: “Antonio Chevrier no nos pide que lo imitemos, sino que nos guía incesantemente a Jesucristo y a los pobres, para que en su escuela nos dejemos modelar por el Espíritu, el auténtico protagonista de la evangelización”.
Ángel Marino García